Como prácticamente todo el mundo sabe, el próximo 20 de enero asumirá la presidencia de Estados Unidos el polémico empresario Donald Trump; como también muchos saben, una de las principales razones por las que fue criticado tiene que ver con el trato que les daba – al menos en palabras – a las mujeres. Si bien no somos un sitio de análisis político, nos parece interesante reflexionar un poco sobre la relación entre el poder y el sexo; relación muy, muy estrecha.
En el caso de Trump, entre comentarios que minimizaban a las mujeres y declaraciones que las colocaban al nivel de objetos sexuales, una de sus más grandes “metidas de pata” fue cuando, en un video filtrado, afirma que “cuando eres una estrella, las mujeres te dejan que les agarres la vagina”. Más allá de si estaba bromeando o no, lo relevante aquí es la noción de que el poder puede darte lo que quieras, incluso sexo.
Y aunque lo anterior puede ser cierto (no en todos los casos, pero sí en muchos), la realidad es que esto también funciona al revés: si el poder puede dar sexo, el sexo definitivamente da poder, y no siempre en el mejor de los sentidos. El sexo puede ser usado fácilmente para manipular, para conseguir algunas cosas, para impedir otras y hasta para derrumbar personas – no en vano hay quien dice que todas las grandes guerras se ocasionaron por “líos de faldas”.
Por supuesto, no estamos argumentando en contra del poder, y muchísimo menos en contra del sexo; simplemente hacemos evidente que cualquier cosa, por más fantástica que sea (como el sexo), puede ser utilizada de forma malintencionada, y es entonces cuando se pierde su esencia. Tanto el poder como el sexo podrían ser armas maravillosas para el progreso de nuestra sociedad, siempre y cuando estén en las manos correctas.
Aprovechemos, pues, el poder que tengamos – en cualquier nivel – para impulsar mejoras; aprovechemos nuestro potencial sexual para liberarnos, para fortalecer nuestro cuerpo y nuestro espíritu y para crear un mundo mejor desde nuestra trinchera.
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