Lo bañamos juntas. Adjuntadas
diría él
asociando la limpidez
y las manos. Lo bañamos
o él se dejó caer
en la caricia tibia del jabón. En la piel
replegada en los pliegues del cuerpo
peso muerto del amor. En lo infuso
de la infusión de una gracia
de agua lustral. La falacia
de un Jordán lustratio. Lustración
que purifica ¿qué? Nada
más la delicia
finalmente hallada
en las antes obligadas Furias del aseo:
esa pavada social. ¿A qué olemos si
no olemos a nosotros? Hubiese dicho
pero no dijo
nada y se dejó
caer en el ligero vaho del vapor de las antes
acerbas Sierpes de esa fuente
que ya no fueron más. Entonces,
él paladeó el instante. Esa
ablución sumida del Instante
en la pleura
de una cavidad límpida
de porcelana
en la bañadera. Blanca
la toalla
enjugó su dicha, el placer
empero
en el antes reniego del placer. Zulema
le cortó las uñas de los pies. Recuerdo
su cuerpo sumergido
en el recuerdo amoroso del agua
y sus palabras: “Nunca me sentí
tan bien, quisiera dormir
mucho tiempo…”
Después, acostado
en el cuerpo perfumado
se ensoñó. Se fue
durmiendo en el cuerpo
de un sueño pernoctado
y limpio de otra noche. Aseado
de otro día. El instante
“en que brilla y muere
en una flor rápida… (momento fulminante)
(resplandor fulgurante)
sobre alguna transparencia de éter”
la presencia. Todo
aquello que cuando cesa
se presenta. Brilla
para extinguirse y
más se vive
para extinguirse. Y no.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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