Ni el propio planeta que lleva su nombre
Ha de tener un monte tan perfecto como el tuyo,
Poblado de diminutos huecos
Que expelen un aroma embriagador, único.
La enigmática cúspide, preámbulo del paraíso,
Hipnotiza al afortunado huésped que, aventurado,
Intenta persuadir con su sensual, malévola y húmeda llave
Las puertas rosadas de su anhelo… el bien, el mal….
¡Qué importa! Ambos gozan en la tierra lo que es del cielo.
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