Desnuda y adherida a tu desnudez.
Mis pechos como hielos recién cortados,
en el agua plana de tu pecho.
Mis hombros abiertos bajo tus hombros.
Y tú, flotante en mi desnudez.
Alzaré los brazos y sostendré tu aire.
Podrás desceñir mi sueño
porque el cielo descansará en mi frente.
Afluentes de tus ríos serán mis ríos.
Navegaremos juntos, tú serás mi vela
y yo te llevaré por mares escondidos.
¡Qué suprema efusión de geografías!
Tus manos sobre mis manos.
Tus ojos, aves de mi árbol,
en la yerba de mi cabeza.
Porque el cuerpo,
todo el cuerpo albergándole a la vida
su oscura aunque preclara omnipotencia,
siempre está aquí, estará siempre.
Y quien ama y quien desea, quiere
poseer y entregarse poseyendo.
Tarde y noche, amanecer o mañana,
al amor, el amar reclama al cuerpo
en tenue caminar, o alborotado
por de lavas repleto sendero:
la sombría eternidad que da a la vida
una muerte incrustada.
Un helado volcán; ¿son océanos
lúcidos y vertiginosos
con furia de morirme mientras amo?
Porque así es la entrega del que ama:
una despótica catástrofe.
¿Soy yo así, soy yo esto, se pregunta,
creciendo de salvaje encrucijada,
viviendo de mi muerte que rescato,
con furia de morirme cuando amo?
El cuerpo dócilmente escucha dentro
y otro yo se le asfixia en la pregunta.
Cuán intacto el despertar. Ya despojándose
la invasión de sí mismo, gime el cuerpo.
Vuelve el mar reclamándolo absorbente
y otra vez se desploma y recupera.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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