Estaba sola en su casa, se la había pasado leyendo un libro hasta que perdió la noción del tiempo. Eran las 2:35 am cuando se dio cuenta de la hora. Había abierto una botella de vino tinto, y para ese momento solo quedaba una gota atorada en la etiqueta. Había puesto un acetato en su tocadiscos, la música le ayudaba a sentir por completo su libro. Lo dejó sobre la mesa, donde estaba su copa y la botella vacía, miró a su alrededor y no había nada más que un departamento vacío.
A pesar de la hora ella se sentía más despierta que nunca. El libro la había dejado con ganas de hacer algo que jamás en la vida había hecho. Y eso fue lo que hizo. Se levantó del sillón en el que estaba sentada y se quitó la ropa. Se quitó cada prenda hasta estar totalmente desnuda. Empezó a caminar por su departamento sintiéndose dueña del mundo. Fue hasta la cocina, donde buscó algo que morder, pero que hiciera juego con cómo se sentía, jugosa. Tenía fresas, cerezas y zarzamoras en un pequeño plato. Lo tomó y se fue hacia su recámara. Su cuarto, perfectamente ordenado, tenía un gran ventanal que por lo general mantenía con las cortinas cerradas porque no le gustaba que su vecino la viera. Pero ese día se sentía con ganas de ser admirada, tenía ganas de que, por decisión suya, la vieran, la adoraran. Quería ser vista para querer ser tocada. Así que abrió las cortinas y prendió una lamparita al lado de su cama. Pero no había nadie enfrente, su vecino no estaba.
Esperó un poco a ver si llegaba, y mientras la música seguía en su departamento, ella se tocaba cada curva, cada vértice, cada centímetro de su piel. El vino ya se le estaba subiendo un poco a la cabeza y sus mejillas se empezaron a colorear, tenían el mismo color de las cerezas que había dejado junto a su cama. Pasó sus manos por sus pechos con perfectos pezones rosados, bajó por su vientre, hasta llegar a donde comenzaba su perfectamente delineado y afelpado pubis. Y justo en el momento en que se iba a introducir dos dedos, una luz en el departamento de enfrente se prendió. Ya había llegado a quien estaba destinado ese delicioso espectáculo. Pero se quedó paralizada por unos segundos al ver que no se cerraba la puerta detrás de él y que alguien más podía entrar. Y así fue, y no solo era una persona más, sino que venían tres más aparte del vecino. Eran cuatro hombres que se acomodaron en la sala, unos traían cervezas, otro traía una botella y una bolsa de hielos, y el otro traía una shisha en la mano. Apagó su pequeña luz pues no estaba segura si quería que todos ellos la vieran. Pero esa noche quería hacer cosas que jamás haría en otro momento en su vida, así que la volvió a prender, y esto hizo que los demás voltearan la mirada.
Jamás esperaron ver a una mujer con mejillas coloradas, completamente desnuda al otro lado de la ventana. Se quedaron mudos y quietos unos segundos, pensaron que probablemente ella no se había dado cuenta de ellos. A tres de ellos ya se les había puesto dura la polla de solo verla. Ella se empezó a tocar con una mano el clítoris y se penetraba con los dedos con las piernas bien abiertas para que pudieran apreciar cada detalle. Con la otra mano, ella se alimentaba solita con las fresas y zarzamoras, dejando que el jugo de la fruta le resbalara por la boca hasta la barbilla. Ellos entendieron que el espectáculo era para ellos. Ella los tenía dominados a pesar de que no podían tocarla, a pesar de estar separada por cristales. Sin saber muy bien cómo reaccionar, se sentaron todos de manera que pudieran verla, cada uno tomó una cerveza y la veían darse placer. Ya todos tenían su miembro duro. Uno de ellos, sin importar lo que pensaran los demás sacó su polla dura y venosa y empezó a jalársela.
Ella, al ver que se daba placer, liberó una pequeña sonrisa y siguió tocándose, cada vez más intensa, cada vez más rápido. Los demás no pudieron contenerse y siguieron los pasos de su amigo. Así que ahí estaba ella frente a cuatro pollas duras y, regordetas, lo único que ella veía. Siguió tocándose, chupándose los dedos, embarrándose las fresas y las zarzamoras por todo el cuerpo. Siguió estimulando el clítoris hasta que se vino. Volvió a chuparse los dedos, tenían un dulce sabor por la combinación de sus jugos y los de la fruta. Liberó un gran grito y las piernas le temblaron, eso hizo que ellos, aunque no pudieran escucharla, se vinieran también. Ella se levantó y caminó hasta el ventanal. Presionó su cuerpo contra él, se dio la media vuelta e hizo una reverencia para que le vieran mejor el culo. Se volteó de nuevo, les guiñó el ojo y cerró sus cortinas.
Se sintieron avergonzados después de que ella desapareció detrás de las cortinas y solo eran cuatro hombres embarrados de su leche en la camisa y en el pantalón viendo hacia la nada. Todos guardaron su miembro, unos se fueron al baño y otros simplemente tomaron una cerveza e hicieron como si nada hubiera pasado. El vecino anhelaba cruzarse con ella en algún momento. Pero lo que no sabía es que esa era la última noche de ella en ese departamento, pues al día siguiente se mudaría a otro país.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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