Resbalando bocas
tejimos tardes:
eran otros tiempos
en que la hiedra trepaba
al límite de los muslos…
Eran surcos tus manos
que abrían latidos
sobre mi musgo virgen.
Fuimos semillas tercas
aprisionando el color
en nuestros labios,
tímidas pupilas que inventaban la piel;
bordamos primaveras sin saberlo…
Yo pintaba lunas en el camino de hombre
que nacía en tu vientre.
Tú bebías los sueños atrapados en mis poros.
Gemidos sofocados,
amarillas caricias,
compás del viento…
¿Por qué te empeñas en crujir en mi mente, primavera…?
Abrí mis muslos
para tus manos,
tus ojos,
y tu boca…
Para tu urgencia de varón,
tus locas fantasías sin nombre,
los abrí para tu ausencia,
para el sufrimiento que mana
entre sus pliegues…
para el dolor que late,
para el fuego que existe
en mi pubis sin alma,
para el pecado,
la sin razón y la locura,
para el abismo de tus negras pupilas,
para el temblor acariciante de tus dedos…
Los abrí
con la impudicia de un gemido,
con el sinuoso
y salobre impulso de mi carne;
esperando,
-ausente la cordura-
tu dardo erecto penetrándome…
Una gota de ti, mojó mi piel,
me calmó… sació mi sed…
(Y sin embargo, te ofrecí un lirio fresco,
un pétalo de amor virginal…
para el hambre de tus noches…)
¡Dale sentido a tus sentidos!
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