Cuando tus manos rozan mis poros expectantes
No soy otra que una vasija de plata,
Me vuelvo toda de agua, toda de azúcar
Ablandada por tu fuego lento ambarino.
Con recursos de maizena y canela
Me vas espesando la sangre
Y en mi piel el almíbar cristalino de tu lengua
Se va esparciendo con lujuriosa cadencia.
La levadura de mis pechos se expande
El pan mullido de mis muslos se abre,
Para cobijarte en mi medianoche chocolatada.
Y es entonces cuando se mezclan nuestros ingredientes
Arrebatados en un horno de mil vaivenes y gemidos,
Entre arreboles de placer y burbujas cansadas de suspiros.
En cada calle,
En las montañas que amasas y degustas
En los bosques enmarañados,
En los océanos profundos de mi vientre
Corren tus aguas salinas.
Tus dedos de alabastro
Erizan mis sentidos con caricias,
La lámpara de tu risa
Perversa y acuosa,
Saca arpegios acallados por mi piel.
Tu lengua húmeda surcó mi arcilla
Tu saliva la convirtió en cieno fecundo,
Tus manos modelaron mi cántaro infinito
Donde sacias tu deseo
Bebiendo mis torrentes agridulces.
Es en tu luz crepuscular donde cabe mi penumbra
Es en tu carne donde amortiguo mis pasiones telúricas,
Es en tu voz donde se escriben mis ecos
Y es en tu follaje donde abrigo mis preguntas.
Tú a mi lado, tú a la distancia
Tú, perdido entre la gente
Tú hombre, tú estío
Tú, volcán derramador de fuegos siderales,
Artífice de mis lágrimas
Orfebre de mis resplandores nocturnos.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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