Cada semana, el mismo día, alrededor de las 7:00 pm ella llegaba a su casa con sus mejillas rosadas pues le apenaba un poco lo que hacía. Al llegar él, ya traía media botella de vino tinto encima, imaginando y creando nuevos escenarios para pintarla. Pero ninguna idea era suficientemente buena y digna de comparar un cuadro con su hermoso rostro. Ella ya sabía perfectamente lo que tenía que hacer una vez que él le abriera la puerta. Se iba al baño, se quitaba su toda su ropa y se ponía una bata de seda que le cubría el cuerpo. Tenía una piel tan blanca como la porcelana, unos redondos pezones rosados, un pubis liso y limpio, una sonrisa rojiza, unos enormes ojos negros y una cabellera larga, negra y rizada que contrastaba con su piel. Salió del baño y se fue hacia el estudio donde el artista trabajaba. Para su sorpresa, no era el único ahí, había decidido dar una clase de figura anatómica. Sus mejillas se volvieron aún más rosadas, pues solamente había estado desnuda frente a él. Sólo frente a él.
En el centro había un banco de madera cubierto por una tela azul ultramarino, le pidió de favor que se quitara la bata y se sentara en él. Un poco nerviosa obedeció la orden, se quitó la bata y miró rápidamente a todos los que estaban ahí para admirarla. Unos hombres se sonrojaban, otros simplemente prestaban atención a sus pinceles y ellas se mantenían neutrales. Se sentó sobre el banco con una pierna hacia abajo y la otra hacia su pecho, de manera que su sexo quedaba al descubierto. El artista esperaba que alguno de ellos lograra plasmar su belleza y su sensualidad en el lienzo. Lo que él no sabía es que todos le iban a hacer el amor a su manera.
Una de ellas empezó dibujando sus pechos, imaginando cómo sería tener uno en su boca. Imaginaba cómo sería juguetear con sus pezones con su lengua. Mientras trazaba su cuerpo en el lienzo pensaba en besarle las tetas, ir bajando por su vientre hasta llegar a su ombligo. Se preguntaba a qué sabría una vez que posara su boca sobre sus labios y jugueteara ahora con su clítoris. Sería dulce o salada, se cuestionaba. Regresó de su imaginación al presente y se removió en su silla agradeciendo que nadie podía escuchar sus pensamientos. Continuó pintándola.
Otro comenzó por el rostro, por sus ojos negros y sus labios. Los dibujó entreabiertos como si estuviesen liberando gemidos, y a sus pupilas las dibujó dilatadas. En su mente él se la estaba follando, la estaba penetrando y sentía lo empapada que estaba. Empezaba a excitarse, tomó su trapo con el que limpiaba sus pinceles para cubrir su pene que se estaba poniendo duro. Se imaginaba que la follaba ahí mismo, en el centro, para que todos pudieran ver cómo la hacía gritar de placer. Para que todos vieran cómo le temblaban las piernas tras cada embestida.
El más joven de todos era el más romántico de pensamiento. Dibujó la delicada silueta de su cuello y de sus hombros, dejando un beso en cada centímetro que trazaba. Recorría con sus manos todo su cuerpo, su rostro, su cuello, sus hombros, sus pechos, su vientre, su sexo, sus muslos. Sentía su piel suave bajo la palma de su mano. Estaban los dos solos en su imaginación, nada ni nadie importaba más que ella. Mientras la besaba, la penetraba con dos dedos con movimientos delicados. Notaba que su respiración se iba acelerando poco a poco. Sacó sus dedos y le metió el pene. Sería la primera vez que él tenía relaciones, así que lo hacía lento, se tomaba su tiempo. No se aceleraba, para que ella disfrutara de cada momento. Será la primera vez que él hace el amor y que a ella le hacen el amor.
Pero lo que nadie sabía es que ella deseaba que el artista la hiciera suya. A pesar de que le avergonzaba su trabajo, la única razón por la que lo hacía era para sentirse diosa frente él, estando desnuda mientras presenciaba su desesperación por no poder plasmar su belleza tan perfecta. Quería que él se acercara a ella con su botella de vino en una mano y dejara correr el líquido rojo por su piel, quería combinar sus dos grandes vicios. Quería que él la sintiera con todos sus sentidos, no solo con la vista, quería que la oliera, que la sintiera con sus manos, que la escuchara gemir y palpitar. Lo que ella más quería era que él le perdiera el respeto por una sola noche, que en vez de pintarla la follara. Que le demostrara qué es la verdadera pasión.
Cuando dejó de imaginarse cómo sería ser follada por el artista se dio cuenta de que sólo quedaban ellos dos. Sintió su sexo empapado, tan mojado que hasta mojó la tela sobre la que estaba sentada. Tomó su bata y se fue al baño a vestirse. Pero antes, sin que él se diera cuenta, tomó una de sus brochas sin usar y se la llevó. Ahí mismo, en el baño, pasó su brocha por todo su cuerpo, imaginando que él la pintaba, mientras se tocaba y estimulaba el clítoris con la otra mano. Se masturbó pensando en él. Nunca había estado tan deseosa de que alguien se la cogiera. Pasó las hebras de la brocha sobre su coño mojado, haciéndole cosquillas. Sacó un papelito de su bolsa en el que escribió, “huéleme” y lo fue a dejar donde lo encontró.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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