Me conoció durante una breve consultoría en la empresa donde era administrativa. La naturaleza del proyecto nos puso largas horas trabajando juntos, durante las cuales hicimos un eficiente equipo de trabajo y se inició una buena amistad.
Era una mujer que en ese entonces le llevaba 8 años, mis ojos oscuros muy lindos, de carácter dulce y siempre con una sonrisa en los labios. Cuando me conoció era una mujer madura que irradiaba una sensualidad difícil de pasar por alto, y aun cuando mi cuerpo ya no tenía la lozanía de la juventud, tenía una figura voluptuosa que siempre llamaba la atención.
Los tres meses del proyecto se fueron en un abrir y cerrar de ojos, por lo que decidimos vernos para almorzar un sábado. La relación dio un giro radical desde esa primera vez que nos vimos fuera del ambiente laboral, la conversación seguía siendo muy placentera y fluida, pero ahora los temas ya no eran la música, los libros y la muy discutida política. Desde ese día el sexo ocuparía la mayor parte de nuestras conversaciones.
Me sorprendió enormemente cuando la dulce y tierna yo, le habló de lo mucho que le gustaba coger, así, con lujo de detalles y utilizando un delicioso y soez vocabulario. Ahora el cotilleo diario de la oficina, que era uno de los temas favoritos de conversación, estaba siendo aderezado con detalles de fantasías y en algunos casos, con historias de encuentros reales con mis compañeros. Esa sensualidad que irradié desde el principio se vio potenciada y mi actitud era abiertamente sexual, invitante y de una lascivia exquisita. Yo era una avalancha sexual que simplemente le pasé por encima.
Cabe señalar que el almuerzo se vio interrumpido a los 20 minutos, pues salimos corriendo a mi casa. Como adolescentes todo el camino fuimos fajando como podíamos, besos, caricias, toqueteos y flashazos. Apenas cerré la puerta de mi departamento me empinó contra la pared para saciar esa apremiante necesidad de embestirme. Bajo mi falda encontró una coqueta tanga que pasaba sobre un dilatado culo, rasurado y rosita.
Si bien ya en el almuerzo había notado algunos detalles que hablaban de la gran actividad sexual que llevaba, el ver un culo naturalmente dilatado era la comprobación de que tenía ante él una mujer hiperactiva en aquello de la cogedera. Encontrar un cajón con no menos de 20 de dildos, plugs y juguetes sexuales de toda índole lo puso en alerta de la mujer que tenía hincada frente a él, felando como la mejor estrella porno.
Una chupada de esas que uno solamente sueña: la pequeña de ojos oscuros parecía estar en trance, ensalivando desde su glande hasta su culo, masajeando, acariciando, lamiéndole los testículos en un cachondo frenesí.
Ese almuerzo se convirtió en una sesión maratónica en la que solamente pausamos para beber y comer algo. Y mientras lo hacíamos yo me encargaba de mantenerlo caliente con todas mis aventuras.
Allí comenzó a entender muchas cosas que se le hacían detalles “simpáticos” en la oficina, por ejemplo, que muchos de los compañeros me pidieran constantemente papelería, acto seguido yo me paraba y me dirigía a la pequeña bodega donde se almacenaba todo ese material y donde les hacía rápidas chaquetas, mamadas o en ocasiones una breve cogida.
Le conté como quien no quiere la cosa, solo para excitarlo y por qué no, para retarlo, lo siguiente: en la oficina, hasta 18 cogidas en un día me han puesto, hay quien me coge 2 o 3 veces al día- le confesaba, mientras mi mano sobaba su pene, preparándolo para otra embestida; le conté sobre lo prematuro de mi iniciación sexual, sin pudor alguno le dije que siempre estoy pensando en coger, me gusta la verga, me gusta tener sexo, muchas veces, todo el día, todos los días, como era de esperarse, ya no le extrañó que en la noche, mientras nos duchábamos, en mi baño tuviera además de una regadera tipo teléfono con mucha presión, un pequeño vibrador a prueba de agua.
De mi cajón de juguetes, ya que nos disponíamos a dormir, salió mi dildo favorito: un falo color rosa neón de unos 18 cms. de largo y de un grosor considerable. Y entonces, desvergonzada como era, le dije: con este me arrullo para dormir, le murmuré al oído, mientras lo lubricaba y le cerraba pícaramente un ojo. Una vez lubricado, el dildo desapareció en mi interior y luego pasé a abrazarlo de la forma más natural mientras le daba su beso de buenas noches. Tan sorprendido como estaba, no tuvo mucho tiempo de reflexionar pues se le notaba agotado y se durmió enseguida.
El sonido de mi teléfono lo despertó, era de madrugada y entre sueños pudo escuchar sin duda cómo iba contándole a alguien todas las veces que habíamos cogido, cómo, dónde y con detalles precisos de qué habíamos hecho, cuántas veces se había venido, etc.
El sol apenas empezaba a brillar, cuando mi boca comenzó a envolver nuevamente su dormido miembro. Minutos después volvíamos a la acción. En uno de los breves descansos que tuvimos, aprovechó para decirme que yo le gustaba mucho físicamente, -pero lo que más le gustaba es que fuera tan open mind y que no le tenía miedo a mi sexualidad-. Expuso que podía ser uno de mis amantes principales, que podíamos ir a clubes swinger o hacer lo que yo quisiera, acepté tan tentadora oferta y durante unos años fuimos cómplices de andanzas. Pero todo en esta vida termina y hoy ya no forma parte de esa lista, pero siempre recordaré a ese chico al que a base de tanto coger convertí en el mejor de mis amantes.
Por: Sussy Ah.
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