Estuvo pensando cada día sobre aquella mujer que llegó a su estudio con una falda negra y una blusa blanca. Recordaba su olor y su sabor y poco a poco se ponía duro. Cada vez que sonaba la campanita de la puerta esperaba encontrarse con ella, pero siempre era alguien más. Pasaron semanas y nunca regresó, mientras tanto, decenas de mujeres entraban al estudio a desvestirse frente a él para que le tatuaran alguna parte del cuerpo, los pezones, el culo, el costado de las tetas. Pero ninguna lo ponía duro.
Un día se quedó hasta tarde diseñando un par de tatuajes que le habían encargado mientras escuchaba música, todo el estudio estaba apagado salvo por la luz que le alumbraba el escritorio. Casi al salir por la puerta al terminar escuchó un taconazo en el suelo, pero no vio nada. Comenzó a escuchar que alguien caminaba, pero no veía nadie. Fue de cubículo en cubículo hasta que llegó a su silla y ahí estaba ella, vestida igual que la última vez que la vio. En cuanto la vio su pene se puso duro. Se acercó a ella sin quitarle la vista de encima pues ella también lo estaba viendo fijamente mientras abría sus piernas y se tocaba por debajo de la falda.
Se paró de la silla y caminó hasta él para decirle al oído que ahora era su turno. Lo jaló y le dio un pequeño empujón para sentarlo en la silla. Recogió su pelo en una coleta y bajó hasta quedar a la altura de su pene para desabrocharle el pantalón y sacar su pene. Era más grande y grueso de lo que ella esperaba. Jugueteó con su lengua arriba y abajo y mojaba sus labios para poder meterlo entero en su boca. Comenzó a chupárselo, sentía como su saliva se iba haciendo cada vez más espesa. Tener el control sobre él y escuchar cómo contenía sus gemidos la hacía empaparse, sus jugos escurrían en un hilo que llegaba hasta el suelo.
Siguió hasta que le dijo que ya estaba por venirse. En ese momento siguió masturbándolo con una mano para desabrocharse su blusa blanca y dejar sus tetas como lienzo para que termine sobre ellas. Nunca la había visto desnuda, al menos no completamente, no se había percatado de las dos perforaciones en sus pezones, lo que le hacía preguntarse si había algo debajo de esa falta que no hubiera visto ya. Cuando ella se paró pudo notar cómo escurría por debajo de la falda, quería sentirse dentro de ella en ese momento, pero ella tenía otros planes. Reclinó la silla lo más que pudo casi hasta que él quedara casi acostado, se levantó la falda y se sentó sobre su boca. Otra sorpresa, reconoció su sabor, pero había algo diferente, un pequeño arete de metal en su clítoris.
Comenzaba a preguntarse si era la misma mujer que había conocido en el bar aquella noche o si era otra mujer. Dejó de pensar en eso un segundo para concentrarse en hacerla venir, rozando con su lengua sus labios y el clítoris. Ella se frotaba con más intensidad para sentir su barba en su sexo, desde abajo el veía como rebotaban sus pechos cuando se movía. Sentía cómo le temblaban los muslos en su cara y escuchaba como empezaba a gemir cada vez más y más fuerte. La tomaba con fuerza de los muslos para poder tenerla aún más cerca de su lengua. Al terminar, reclinó la silla a su posición original y se paró frente a él completamente desnuda. Quería ser quien la follara todas las noches después de su Martini.
Sin quitarle los ojos de encima se puso un abrigo largo encima que cubría su piel desnuda y salió por la puerta. Pero él no podía quedarse sin siquiera saber su nombre…
¡Dale sentido a tus sentidos!
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