Tú, máscara mía, surgiste
del mar envuelta en sonatas cristalinas,
e igual que Neptuno enarbolas
una muda góndola.
Hiciste un guiño y te seguí,
por campaniles te busqué.
Tu resplandor furtivo
entreabrió palacios de ninfas y cortejos.
Transitó pedazos de sueños y desenfrenos.
Aferrada a ti, desperté
cuando el fauno surcaba
mi deseo, cuando su cuerno
voraz hurgaba mis entrañas.
Avasalló el trigal, descosió
mi hendidura.
Entonces tú me cautivaste en la oscuridad
y mi Canal se inundó de tu néctar.
Relamo tu oleaje, floto,
me balanceo al son de la convulsión.
Muero en ti.
Máscara mía, tornaré a Venecia,
al olor del sexo,
a los diálogos de Marco Polo,
a beber tu cuerpo a sorbos.
Te buscaré desde la Fenice al Ghetto,
en la risa ahogada del agua,
en el todo orgiástico.
Y seré tu goce matinal,
tu ángel delirante, tu inmortalidad.
Ahora quiero decirte que no pretendas
mi alma, porque ella sólo existirá
en el aliento de nuestro sueño.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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