Los amantes se acercan,
escuchan. Adelgazan
su piel hasta la asfixia
y adelgazan sus besos.
Por sus voces delgadas
sólo oyen silencio.
Los amantes se besan,
se acarician, el mar
apenas los contiene,
y su pasión es breve:
aleteo de un ave
en la espalda del agua.
Los amantes recuerdan
las heridas, las guardan
como un secreto bien.
Nunca cambian palabras.
Pero cambian heridas.
Son su secreta piel.
Cerca de dos amantes
se detiene un segundo
la sangre en la avenida;
son dos ciervos que saltan
en medio de nosotros
que somos las estatuas.
Los amantes se muerden,
se pisan, sólo temen
la muerte, trepan muros
de olvido y nunca vuelven
atrás, lujosos como
escarabajos verdes.
Los amantes no cuentan
los días, no enumeran
los muertos, ni siquiera
los mares. Su materia
está hecha sin tiempo,
su sed nunca se alivia.
Los amantes se mueren
un día. Bajo tierra
van, mudos y con miedo,
y la tierra adelgaza
su piel hasta la asfixia
y adelgaza sus huesos.
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