En una orilla del Sena
ellas aguardan ansiosas
la caravana feroz de los adolescentes.
Mientras tanto
ejercitan un cotilleo obsceno:
piensan en falos como faros
como peces, como espadas.
La brisa que se cuela
entre sus faldas
eriza las piernas, su vello dorado
hasta depositarse en sus oquedades
como brasa, como agua.
¿Llegarán los mejor dotados?
¿Vendrán erectos, cuerpos de brindis?
Vale guardar discreción en la espera, se dicen.
Pero ¿cómo esconder la voluntad,
la piel, su intención?
Apostadas a la sombra de la arboleda
jamás podrán ocultar
(en la fatiga y el sopor del estío)
la impaciencia que prevé
el arribo de la caravana.
Por ellas lo hará Courbet
que bamboleándose entre los árboles
no ha dejado de observarlas.
Qué se hizo Alana Soares
la muchacha de punzantes senos,
estudiante de ciencias políticas.
Dónde está Susy Scott
la bronceada rubia de Boston,
aquella que con tanta gracia sabía
correr su prenda.
Qué fue de Cristina Ferguson
la hermosa colegiala de Liverpool,
quien “eventualmente” pensaba
“tener varios hijos y ser una buena madre”.
Díganme dónde se halla Tracy Vaccaro
la de piernas lisas y largas
–columnas jónicas coronadas de acanto.
Qué se hizo Carina Persson
la niña mimada de Estocolmo,
tan holgada de carnes.
Qué fin tuvo Penny Becker
a quien le gustaban la cerezas
el champagne y la luna llena,
la que albergaba entre sus fantasías secretas
“convertirse en una vagabunda profesional
y recorrer por todo el mundo”.
Qué se hicieron todas ellas,
las grandes agasajas en el invierno del 84,
las reinas de aquel Holiday House Party
que el abnegado Hugh Hefner ofreció
–como cada diciembre–
en el trigésimo aniversario de la empresa,
las que mi padre se llevó
(despegándolas de la pared de su estudio
con la misma acuidad que puso en adherirlas)
el día en que se fue de casa.
Dónde, en qué país,
en qué ciudad del cielo o de la tierra
encontrar a las adoradas playmates de mi padre,
aquellas que hicieron dichosa mi infancia
las que quisimos tanto.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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