Yez es una lectora súper Kinky que se animó a mandarnos su relato erótico; lo compartimos contigo y te invitamos a que mandes el tuyo.
¿Cómo la conocí? Pues bien, fue a través de la fiesta de una amiga mía, ella nos presentó y de ahí comenzó nuestra amistad. Perdonen mi falta de educación, me llamo Ramón y la historia que te voy a contar es sobre Mónica y un servidor.
En esa mentada fiesta habíamos compartido números de teléfono y a cada rato nos mandábamos mensajes. Pasó como un mes aproximadamente, donde entre risas y temas burdos ella simplemente me dijo: -Vamos a coger. Yo me saqué mucho de onda ya que era casada (bueno, más divorciada que casada) y con un hijo, no es que me espante pero era de una religión donde la infidelidad o meterse con alguien fuera de su clan, era casi casi pecado mortal.
Tomé a juego su comentario pero desde ahí nuestras pláticas se volvieron más calientes y ya con más confianza me contó que su marido había sido su primero y único hombre, con 5 años de casados sólo lo habían hecho de misionero. Ella quería hacerle un oral o probar otra posición y él le decía que eso era sólo de “putas”. A mí ya me comenzaba a llamar mucho la atención; no era demasiado guapa, pero era morena de esas que encienden fuego y más por saber que estaba con ganas de hacer cosas nuevas, abierta a experimentar y probar de todo. Decidimos vernos por fin para cenar una pizza y de ahí nos dirigimos al hotel.
Después de apreciar la elegancia de la habitación, sin más, ella se abalanzó sobre mí y me echó sobre la cama. Comenzó a besarme desesperadamente y sentí como se frotaba sobre mi miembro que ya estaba poniéndose duro. Yo comencé acariciar sus pechos y nalgas, ella gemía de placer, y eso que aún ni nos desnudábamos.
Mónica detuvo sus apasionados besos y de la nada se despojó de sus prendas, pude apreciar un cuerpo tan perfecto como nunca antes había visto: una barriga un poco abultada (por su hijo), estrías que adornaban su piel y era como trofeo por los nueve meses que creó vida, unos pechos caídos por haber cumplido su gran misión, pero lo más sexy fue ver su seguridad y confianza en sí misma.
Literalmente era una gran mujer. Mi miembro, al verla se puso durísimo y estaba listo para sentirla, ella me quitó la ropa y me hizo el mejor oral que nunca jamás había tenido, casi me hace llegar a los minutos y según ella nunca lo había hecho. Me daba unas chupadas que casi sentía la campana de su garganta, la forma en que movía su lengua era increíblemente excitante y jamás me lastimó con sus dientes.
Se detuvo, se acostó sobre la cama con las piernas abiertas deseosa de mi “experiencia”. Comencé a besarle ahora sí sus labios y mover mi lengua sobre su clítoris, estaba más que húmeda y escandalosa. Comencé a meterle la lengua a su sonrisa vertical y ella me dijo que ya estaba lista y que la penetrara rápido.
Cuando lo hice se sentía tan bien que ella llegó casi de inmediato al orgasmo y me seguía pidiendo más y más, la puse de perrito y comencé a moverla, mis testículos hacían lo suyo rebotando y yo apretando sus nalgas; me pidió que le diera nalgadas y cada vez las pedía más fuertes.
Gritaba mucho, no sé si estaba exagerando o en verdad yo era muy bueno, duramos un buen rato así hasta que me dijo que ahora ella me lo iba hacer y me puso de nuevo sobre la cama, me montó y vaya que tenía experiencia (comenzaba a dudar lo que me había confesado). Sentía escurrir por mis testículos sus fluidos.
Tuvo un orgasmo tan fuerte que sentí las contracciones y ella gritó mucho más. Cuando se calmó se recostó sobre mi regazo como si nada y muy cariñosa. Los resultados de esa noche: un labio casi roto, arañazos en mi espalda, un chupetón en mi pecho, cacheteado y una mezcla entre asustado y excitado.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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