Era la noche en la que ella iba a conocer a su familia. Estaba nerviosa, quería dar una buena impresión. Se había puesto un vestido de encaje negro con mangas. El vestido le llegaba un poco más arriba de las rodillas, llevaba tacones y un poco de maquillaje en los ojos y en los labios. Él traía puestos unos jeans rotos de la rodilla y una camisa negra. Su barba perfectamente afeitada y su cabello peinado al natural lo hacían verse como el niño bien que realmente era, a pesar de querer pasar por niño malo. Al llegar al restaurante saludaron a todos, ella muy propia un poco roja de la cara saludó a toda la familia. Él la presentó ante todos y se sentaron en la mesa.
La noche siguió su curso, hasta que el color rojo volvió a apropiarse de su rostro. Sentía los dedos de él tocándole el muslo suavemente por debajo del vestido. Ella sabía que nadie lo notaría, pero su respiración empezó a acelerarse y su voz comenzó a cortarse. Él sabía perfectamente que a ella le costaría actuar como si nada estuviera pasando, y menos cuando la conversación giraba en torno a ella. Siguió tocándola, jugando con ella. Ella ya estaba excitada, ese juego le gustaba, por más nerviosa que la pusiera. Siguió moviendo sus dedos hasta que llegó a tocar su coño, pero él se sorprendió, ella no traía nada puesto debajo del vestido. No traía absolutamente nada, su sexo estaba suave, completamente depilado. Ella sabía cómo jugar desde antes que empezara el juego, pero eso no evitó que diera un pequeño salto de sorpresa. Él no pudo evitar que se le escapara una pequeña sonrisa. Todos se preguntaron qué lo había hecho sonreír, pero solo ellos sabían la causa de esa sonrisa. Con un delicado movimiento, logró meterle un dedo a su coño empapado. Su polla ya estaba dura, lo único que quería era irse de ahí, levantarle el vestido y metérsela tan duro que la hiciera gritar.
Ella sabía lo que él quería y lo que ella quería. De manera traviesa pero sutil, pasó su mano por su pantalón sintiendo su polla dura en la palma de su mano y se disculpó de la mesa. Se levantó y fue directo al tocador. Esperaba que él entendiera que era una señal para que la siguiera hasta el baño. No pasó ni un minuto cuando él entró con ella al baño. Cerró la puerta con seguro, y la empujó hasta el lavabo donde la cargó y la sentó. La besó intensamente, suciamente, mientras le metía dos dedos. Ella tenía las piernas lo más abiertas que podía, ya quería que la penetrara. Se notaba el gran bulto en su pantalón, ella lo liberó y le ordenó que se la cogiera. Le dijo que se la cogiera duro, que la hiciera gritar. Él jamás se hubiera esperado que aquella mujer tímida y propia fuera esa fiera, jamás se imaginó que fuera esa diosa sexual que estaba frente a él en el baño de aquel restaurante.
Antes de penetrarla, se agachó un poco para poder saborear con su boca ese coño listo para recibirlo. Paseó su lengua por su sexo saboreándolo, estimulando el clítoris, metiéndole un dedo y luego otro para asegurarse que estuviera suficientemente mojada para que su pene entrara rico, suave y sin problemas. Al separar su boca tenía un hilo de jugos que aún lo tenían atado a ella. Al notarlo, ella lo besó probándose a sí misma, limpiándole sus propios jugos de la boca. La penetró tan salvajemente que echó su cabeza hacia atrás y soltó un pequeño grito. Dejó que se la metiera dos veces más, ella iba ganado en ese juego de poder. Se quedó mirándola un segundo con ojos de confusión después de que ella no dejaba que se la volviera a meter.
Se dio cuenta que en ese juego sexual él iba perdiendo, pues lo único que pudo notar en sus ojos era lujuria, deseo, pasión. Se bajó del lavabo y lo arrinconó en la pared. Tomó con una mano su pene y pasó suavemente su lengua a lo largo. Con la otra mano masajeaba sus bolas. Y lo metió entero a su boca. Empezó a chupársela como nadie lo había hecho. Había encontrado a su diosa sexual, a esa mujer con la cual jamás querría salir de la cama. Su mente y su cuerpo estaban en éxtasis. Sabía perfectamente que lo estaba hechizando. Traviesa, subió la mirada y, mientras ella seguía en lo suyo, le sonrió con los ojos. La tomó del cabello fuertemente, no le gustaba sentir que había perdido el control, pero la realidad es que, a partir de esa noche, él cumpliría todos los deseos que su diosa le pidiera.
Cuando estaba por llegar al orgasmo, le dijo que estaba por venirse, pero ella no paró. Y en el momento justo en que se vino, abrió un poco más la boca sacando un poco la lengua para dejar que su leche la llenara completa. Volvió a subir la mirada para conectar con sus ojos y le guiñó el ojo con una pequeña sonrisa mientras se tragaba todo lo que tenía en la boca. Volvió a abrirla para enseñarle que no quedaba nada como para demostrar que había sido niña buena al tragarse todo el jarabe de medicina. Él estaba perdido, esa mujer, tierna, dulce, a veces infantil era también la mujer más sensual, erótica y pasional que había conocido en su vida. Se arregló un poco el labial en el espejo y se acomodó el cabello en lo que él lograba aterrizar de nuevo. Lo besó, salió del baño moviendo su culito alegremente y se fue directo a la mesa.
Al sentarse, todos le preguntaron que dónde estaba él. Mostró una sonrisa traviesa y se puso colorada una vez más. Antes de que pudiera responder, él regresó a la mesa diciendo que había encontrado algo que jamás pensó que encontraría. El amor de su vida, su diosa traviesa.
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