Te presentamos un poco de voyeurismo y un tanto de fantasía.
Solo la tela de la mosquitera se interponía ante mi mirada. Una boca te succionaba, como en un ritual de libación. Sentí la turbulencia de tus pezones erectos pero no pude seguir profanando tu secreto a través de la puerta entreabierta y me marché. Los jadeos que arqueaban vuestras pelvis me acompañaron por el pasillo en silencio, amartillándome. Ahora la noche ha vencido mis sombras y solo me trae los gemidos del grillo. Duermes tranquila, lejana, tan ajena a mi deseo.
Abre las piernas y te inclinas a beber de ella como un sediento. Aferrado a sus caderas, lames para perderte de ti mismo, enmarañado en los recuerdos de todas las otras. Se aúnan olores y mareas que arrasan todo a su paso. Bebes, te empequeñeces, bebes hasta ser ese diminuto que ella, la de piernas abiertas, fagocita. Ahora navegas junto a otros en el fondo de sus ojos insaciables.
Ella era diferente. Yo lo supe desde el principio y así lo acepté, aunque me costara comprender la fijación que ella tenía por mis glúteos.
Los separaba suavemente y se quedaba extasiada. Decía que mi ano le parecía una oruga que golosa se mordía la cola. Pasaba mucho tiempo lamiéndolo ávidamente con la esperanza de verlo convertido en mariposa.
El día que levantó vuelo, finalmente ella llegó al orgasmo.
¡Dale sentido a tus sentidos!
También te recomendamos la primera entrega: Microrrelatos eróticos I