Luz de velas, música pasional, aroma afrodisiaco y el tintineo de las flamas era lo único que sus sentidos captaban. No había nada más que iluminara la cama, solo las diminutas llamas del centenar de velas que había por todo el cuarto. Una capa de pétalos rojos cubría el suelo y la enorme cama redonda estaba cubierta por rosas enteras.
Telas rojas, amarillas y moradas colgaban del techo y cubrían las ventanas. Parecía estar un mundo lejos de lo cotidiano, lejos de todo lo que conocía. Ella se perdía entre las telas que jugueteaban con el aire, su hermoso cabello rubio y rizado seguía el mismo ritmo. Se alejó de la ventana y caminó hacia la cama, se acostó sobre las rosas que delicadamente la apuñalaban con sus espinas. Recorrió con sus propias manos su cuerpo, esperando a que llegara quien la iba a hacer gemir de placer.
Se llevó dos dedos a la boca para después penetrarse, aunque ya estaba lo suficientemente mojada y realmente no era necesario chupárselos. Las pequeñas flamas iluminaban su cuerpo dándole un tono dorado a su piel. Tomó una de las rosas que había sobre la cama y recorrió su cuerpo con ella mientras seguía tocándose. Poco a poco su respiración se fue acelerando. Sentía más fuerte esa sensación deliciosa recorrer su cuerpo, de la excitación rozó con más fuerza los pétalos de la flor contra su piel hasta pintarla de rojo. Y justo al tener un orgasmo llegó la persona que debió de haberla hecho terminar. Sin más, se quitó lo que traía puesto y tomó una de las velas. Se acercó a la cama, tomó su rostro y la llevó a sus labios. Se separó de ella y la volvió a tirar sobre la cama con un pequeño empujón. Se sentó sobre sus piernas y dejó escurrir la cera caliente de la vela sobre su cuerpo. Un delicioso y ardiente dolor recorría su cuerpo. El cuello, el pecho, el vientre. Poco a poco se estaba convirtiendo en una muñeca de cera.
Volvió a tomar una rosa, pero ahora empezó a recorrer el cuerpo de quien la estaba sometiendo a ese dulce dolor. En un segundo ella ya estaba encima, ahora ella tenía el control. Cerca de la cama había una cubeta con hielos y una botella fina de alcohol. Tomó uno de los hielos y recorrió con él la ardiente piel morena de aquella mujer. Sus pezones se pusieron duros y su piel se erizó. Posó sus labios en los pezones y los mordisqueó en lo que seguía recorriendo su cuerpo con el hielo. Hasta que llegó a su clítoris y lo masajeó con el trocito hielo que quedaba hasta que quedó su mano igual de empapada que su sexo. Se bajó de la cama, la tomó de las piernas y comenzó a juguetear con su clítoris con la lengua. Siguió hasta que ella empezó a gemir.
Casi a modo de venganza, no la dejaba terminar, la interrumpía, le sacaba los dedos y se los llevaba a la boca, o volvía a tomar un hielo para recorrer su cuerpo. La que estaba acostada no se iba a dejar torturar de esa manera. Así que se paró y la besó, tomó una cajita roja que estaba en el piso y sacó lo que estaba dentro. La volvió a tirar en la cama y la abrió de piernas. Le pasó la lengua por su sexo saboreando su jugo. La rubia cerró sus ojos y se dejó dominar.
Escuchaba el pequeño zumbido del aparato presionando contra su clítoris, cerró los ojos disfrutando de ese momento. La morena, sin quitar el vibrador y sin dejar que la rubia viera, sacó otra cajita, y ahora la penetró bruscamente con ese nuevo juguete. La rubia dejó escapar un pequeño grito, pues no se lo esperaba. Ella estaba igual de lubricada que la rubia, podía sentir sus propios jugos escaparse y bajar por la pierna de solo ver cómo arqueaba su espalda, cómo apretaba los puños, cómo gemía cada vez más fuerte. De lo mojada que estaba, la rubia llegó a mojar incluso la cama. Esa noche, la rubia tuvo el mejor orgasmo de su vida, había quedado realmente extasiada.
La exótica morena se puso una bata de seda roja justo después de terminar su labor. Se acercó a la rubia, le pasó la mano entera por su sexo empapado para después pasarlo por el suyo, como si fuese una especie de promesa. Pasaron los meses. La morena regresó a ese mismo cuarto para encontrarse de nuevo con la rubia de aquella noche. Estaba por cumplir aquella promesa, darle otra vez el mejor orgasmo de su vida.
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