Te quiero cuando estoy libre y quieto,
no hay horas para vivir amontonados
en el inmenso coito de esta lluvia.
Todos los días es vida perseguida en horarios:
las casas del quererte
donde hemos encontrado el contacto.
Todos los días,
este espectáculo voceado a besos,
y expedito el trueno
durmiendo bajo la almohada.
Adiós decimos al autobús que acelera
el aprieto del sombrero,
haciéndose rebozo, caminando,
la tos indiferente del saudade.
Sobre tu amor,
que es igual al mío,
llueve la sal a gracias,
y el café teñido de diariamente.
No dejes esa hoja secando en los olores
por donde las puertas pasan.
Sigamos amando el aire que nos queda;
el pájaro cantando
los corazones de las calles.
Gracias doy a tu oreja,
bendita en la alegría,
por habernos oído
y sofocado en las anginas.
Saudade: hoy he comido mucha vida
y mucho de Norte a Sur,
buscando la madrugada
vegetal de las otras direcciones,
sin mis zapatos:
se fueron a dormir
porque estaban cansados.
Saudade, ayer estuve lejos
de las postales puertas
que se cerraban,
y en ese instante comenzó mi llovizna
de no me hablen ni me digan,
el sordo tren de la memoria,
plegada a mi columpio
que aviva los fulgores
vagos del pasado.
Nadie conocerá el silencio
de esta agua bautismal del tiempo.
Hay un modo en que la rosa es rosa
a cada instante;
ninguna semana la amenaza,
menos el pudor del espanto
al abrir sus pétalos.
Se camina tentativo
entre las espinas de la rosa poesía,
mas sin descanso.
Las estrellas,
allá arriba,
multiplican la paleta de los días;
pero yo ahora
hago con la risa una corona;
dejo animal el corazón
y marcho, en alboroto,
hacia el mar de la mañana.
Saudade, acércate un poco
a la piel de este deseo.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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