Soñé que estaba desnuda
en paz, flotando quizá.
Soñé que estaba desnuda
frente a todos los poetas.
No era un sueño adolescente,
donde corría a cubrir mis avestruces,
mis avergonzadas pieles,
mi subsuelo pulverizado.
No era una pesadilla,
enfrentaba mi desnudez
sin velatorio ni cortocircuitos.
Mi desnudez era una bandeja de fruta
con la que convidarme a mí misma.
Yo era un César hambriento
y mi alma era un retiro,
una cabaña en el lago,
un violín en teleférico.
Soñé que estaba desnuda
frente a todos los poetas
con la calma de una bala
en la buena dirección.
Con la puntería limpia,
sin curiosidad ni conjuro,
desnuda, dormida
estacionada en un fragmento
de silencio total.
El apego a mi desnudez
había sido estafado.
Embalsamada y libre
requisando las manchas,
árbitro de mis propios arañazos.
Me vi tan árbol podado,
ciprés desmentido y sin memoria.
Sentí tanto orden y belleza,
el suelo de felpa en mis desnudos pies.
Y entonces
comprendí todo.
Y dejé de pulir el golpe
de mi propia y aturdida oscuridad.
¡Dale sentido a tus sentidos!
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