Lo único que esperaba de aquella noche era que al fin pudiera abrirle las piernas como si fuesen su regalo. Pero lo veía un poco complicado pues estaban todos los demás de la oficina, en la típica fiesta aburrida que el jefe les organiza a finales de año. Ella se había puesto un vestido rojo que había comprado para un San Valentín que terminó en una flecha perdida que cayó en otra mujer. Resaltaba su pequeña figura dándole curvas donde no las tenía. Traía también unas botas negras que le llegaban hasta la rodilla, dejando solo a la vista unos centímetros de sus muslos. Por debajo, traía unas bragas verdes con un moñito rojo y un brassier a juego. Se había preparado para esa noche, poniéndose perfume, depilándose todo el cuerpo. Estaba preparada para cualquier cosa que pudiera pasar.
Él estaba vestido con una camisa blanca desabrochada de los dos botones de hasta arriba dejando un poco al descubierto su pecho, con unos pantalones negros de vestir y saco. Ella supo el momento exacto en que él entró a la fiesta por su aroma a loción embriagador. Todos los días ella le guiñaba el ojo y se sentaba en su escritorio cruzando las piernas de manera que se asomaba una parte de su culito, o tiraba a propósito un lapicero para inclinarse frente a él y recogerlo.
Se saludaron con un beso torpe en la mejilla, las ganas de follar de ambos entorpecían sus movimientos. Ella miró a su alrededor, solo vio a los demás compañeros tomar y tomar, cada quien hablando de algo diferente. Le tomó la mano y lo llevó hasta la última oficina, esperando que estuviera abierta. Y así fue. Dentro de la oficina había un gran escritorio de cristal, una silla y un gran sillón de piel. Ella, improvisando, lo tiró sobre el sillón y se subió sobre él. Tuvo que levantarse un poco el vestido para estar más cómoda. Lo besó y comenzó a desabrochar su camisa mientras él se quitaba el saco. Para su sorpresa, tenía el pecho y el abdomen fuerte y tonificado. Él le quitó el vestido por arriba, dejando su regalo cubierto por unas braguitas solamente. Con un movimiento brusco la cargó para que ella estuviera ahora acostada. Recorrió con su lengua su vientre, apretó sus pechos y bajó la mano hasta su sexo. Ella rápidamente se quitó el brassier liberando sus pezones duros, que él inmediatamente mordisqueó y besó.
Justo en el momento en que él le estaba quitando el envoltorio a su regalo, se abrió la puerta de la oficina. Avergonzados, los dos intentaron taparse sin lograr nada. Era un compañero que lo estuvo buscando por toda la fiesta. Ella vio a los dos a los ojos, y con una sonrisa coqueta invitó al otro a que se les uniera. Los dos se voltearon a ver con asombro, pues ambos habían hablado de las ganas que tenían de follarla. Con solo la vista se hicieron saber que no les parecía mala idea compartir regalo de navidad. Así que el que acababa de llegar cerró la puerta, se quitó el saco, la camisa y liberó su miembro masajeándolo para ponerlo duro. Mientras, el otro saboreaba los jugos de su regalo mientras se desabrochaba el pantalón. La penetró tan bruscamente que hasta ella arqueó la espalda y liberó un gemido. En lo que la embestía, el otro puso en su boca su pene y ella lo saboreó, lamió y besó. Él, con su mano le frotaba el clítoris en lo que el otro la embestía. Empezó a gemir cada vez más fuerte, hasta que uno de ellos le puso una mano en la boca pues no querían que nadie más llegara a interrumpirlos.
Después de su primer orgasmo de la noche ella les dijo que quería que los dos la follaran al mismo tiempo, así que se acomodaron y la penetraron salvajemente. Era una sensación entre dolor y placer que jamás había experimentado antes, pues los dos tenían el miembro grueso y largo. Ella los sentía hasta el estómago. Llegó al segundo orgasmo. Excitada y empapada se embarraba sus propios jugos por todo el cuerpo. Ellos también liberaban breves gemidos ya que ella estaba pequeña y apretadita. Siguieron por unos cuantos minutos más, ambos aguantando lo más que podían. El que estaba delante se salió y se dejó venir sobre su pecho y ella se lo embarró por todo el cuerpo. El que estaba por detrás se tardó unos minutos más en terminar, ella estaba sudada y exhausta, pero dejó que él terminara para sentir como la bañaba en su semen.
Para cuando él terminó, el otro ya estaba de regreso en la fiesta. Se vistieron los dos y él salió por la puerta, ella se quedó un segundo más en la oficina. Abrió uno de los cajones del escritorio y dejó sus braguitas verdes ahí junto con una nota que decía que revisara una carpeta llamada “Regalo de Navidad”. Había grabado todo para su amante, para que pudiera masturbarse viéndola cada vez que quisiera.
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Y como se acerca Navidad, te dejamos otro regalito: Amantes anónimas, por Regina Favela