Si tu atención se centra más en tu móvil que en sus ojos, tienes que empezar por preguntarte si estás habitando tu cuerpo y tus relaciones o te estás convirtiendo en un ente que ya nunca está presente. Tú y tu pareja, ¿realmente están juntos?
Todos hemos visto a la típica pareja ‘romántica’ en un bar o restaurante, sentados de frente absolutamente ensimismados en su celular, fotografiando sus tragos y comida para mostrarlos al universo de Facebook o Instagram. De pronto se abrazan o besan, ponen cara de éxtasis amoroso sólo para tomarse un videíto o imagen, imprescindibles para dejarle claro a sus contactos y followers que están experimentando un momento de extraordinaria unión. Sus caras y actitud se transforman por un instante, y vistos desde la pantalla parecen contar una historia de cuento de hadas, donde todo es perfección.
Todo lo anterior va acompañado de 10 emojis con sendos corazoncitos y largos hashtags que puntualizan y reconfirman que su relación es digna de envidia. ¡Justo ese es el motivador!: crear envidia y así validación, aprobación; la posibilidad de estar expuestos; ‘privilegio’ que antes de las redes sociales sólo tenían las celebridades. Y funciona. Ya tienen ¿50?, ¿100 likes?, y comentarios que aplauden y echan a andar la máquina de la recompensa cerebral. Así, que, ¡eso merece otra foto!, ¡y otra; y un vídeo! Así, el encuentro se va en ese share, en habitar ese submundo que parece más real y sustancioso, más gratificante.
Así, recibimos mayor sensación de bienestar al obtener validación de la imagen que hemos creado de nosotros en una red social o en una comunidad, por ejemplo de gamers, en contraste con nuestra realidad física; entonces, nuestros cables nos van a demandar sumergirles en nuestro mundo virtual, donde la dopamina puede hacer de las suyas.
Bien, que no está todo perdido. Como en todo hábito adictivo hay soluciones pero dependen de tu disciplina y colaboración consciente.
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