Uno de los mayores problemas de la sexualidad en la actualidad es que, sobre todo en occidente, para muchas pareja el sexo se vuelve rápidamente (digamos que en cuanto pasa la breve fase del enamoramiento) algo rutinario y sin magia. Y con “magia” no nos referimos a cosas sobrenaturales ni mucho menos; hablamos en el sentido más literal de la palabra: la magia son rituales y en occidente hemos olvidado el aspecto ritual del sexo.
Y nuevamente aclaremos conceptos, “ritual” no significa ir al mercado de Sonora y comprar ungüentos extraños; significa darle a algo su tiempo y su espacio, no hacerlo automáticamente (como se lavan los trastes), sino tratarlo como algo sagrado. En este sentido, las cifras no mienten y el hecho de que el promedio de duración del acto sexual a nivel mundial sea de 6 minutos no nos deja duda de que se ha vuelto algo automático.
Así pues, en los últimos tiempos han surgido muchas técnicas y métodos que pretenden contrarrestar los efectos de lo expuesto anteriormente. Uno de estos métodos es Karezza. El nombre (del italiano: caricia) fue acuñado por la ginecóloga del Siglo XIX Alice Bunker Stockham para referirse a las prácticas sexuales espirituales -no religiosas- que se basan en técnicas tántricas de control corporal y control de la respuesta del orgasmo.
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Posteriormente, en 1931, el doctor J. William Lloyd (basándose en las investigaciones de Stockham) publica El Método Karezza, un manual sobre la práctica de Karezza, definido desde entonces como un método suave y cariñoso de hacer el amor en el cual el orgasmo no es el objetivo, puesto que el objetivo (como en muchas tradiciones orientales) está en el recorrido, en el camino de placer.
Según el doctor Lloyd, para esto hay que preparar la mente más que el cuerpo. Primero se requiere la comprensión y la convicción de que el lado espiritual, tierno de la relación es mucho más importante, (y de hecho, mucho más generador de placer) que el meramente físico, y que a lo largo de toda la relación, el aspecto del placer físico será siempre consecuencia de procurar la ternura y la conexión.
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En este sentido, se propone que cada acto sexual debe estar precedido por alguna forma de ritual; por ejemplo, preparar el ambiente con velas, incienso, música… escribirse cartas y leerlas o leer poesía juntos; compartir una copa de vino y charlar. Lloyd propone destinar de una a dos horas a todo este ritual de forma que el sexo sea algo completamente intencional y no solo un preludio para ir a dormir o para ir a trabajar.
La idea más importante de todo esto es disminuir la importancia del orgasmo y, en vez de presionarse por el resultado, concentrarse en el proceso, el cual debe ser amoroso y conectar realmente a los involucrados. Esto se vuelve una práctica súper Kinky ya que, por su misma esencia, involucra muchos más sentidos que el sexo “cotidiano”, nos hace más conscientes de lo que sentimos y permite también que la imaginación tome las riendas del placer.
Atrévete a probarlo y ¡Hazte Kinky!
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