Si quieres hacer consciencia de los estereotipos arraigados sobre lo que significa “ser hombre” y modificar actitudes, estás en el lugar correcto.
El término se ha puesto de moda en tiempos recientes, pero el concepto detrás de él existe desde hace muchísimas décadas. Algunas personas consideran que de pronto ya hay un uso excesivo del término, pero desde ahora te lo decimos, nunca será “excesivo” su uso mientras sigan existiendo las actitudes nocivas que dieron pie a la noción de masculinidad tóxica, por el contrario, mientras más se visibilice, más hombres serán conscientes de sus acciones y podrán modificarlas.
La masculinidad tóxica tiene que ver con la imagen estereotipada de lo que “debe” ser un hombre, es decir la idea de que tiene que ser varonil, dominante, proveedor, fuerte, no mostrar sus emociones, y un largo etcétera. En palabras de Amanda Marcotte, bloguera feminista que popularizó el término, “es un modelo de virilidad orientado a la dominación y el control. Es una hombría que percibe a las mujeres y las personas LGBT como inferiores y que ve el sexo como un acto no de afecto sino de dominación.”
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Quizá en este momento estés diciendo: “pero yo no soy así, yo no quiero dominar y controlar siempre”. El problema de la masculinidad tóxica es que se encuentra completamente interiorizada, ya que se transmite principalmente a través de la educación, desde que los niños son muy pequeñitos; cosas aparentemente inofensivas como la mamá diciéndole a su hijo: “los hombres no lloran” o “pórtate como hombre”, marcan por completo la imagen que el niño tendrá de sí mismo y el cómo se comportará.
A este aspecto educativo que viene desde casa, añádele todos los mensajes que la sociedad (y en particular los medios masivos de comunicación) nos imponen, como: “el hombre es la cabeza de la familia, es el proveedor, el hombre es el que trabaja mientras la mujer está en casa, etcétera”; entonces, el mensaje se replica por doquier y resulta muy difícil escapar de estas ideas, incluso aunque no hayas tenido una educación evidentemente machista.
Primero que nada, aclaremos: no estamos diciendo para nada que la masculinidad por sí misma es algo malo o negativo; por supuesto que existen masculinidades propositivas y sanas, pero cuando se le añade el adjetivo “tóxica”, es justamente cuando tiene consecuencias nocivas tanto para los propios hombres como para las mujeres o personas con las que se relacionen. Y justamente ahí es donde se debe trabajar la famosa deconstrucción (de la que hablaremos más adelante).
Las principales consecuencias para el hombre es que éste suele reprimir sus sentimientos y, por lo tanto, experimenta una frustración que puede llevarlo a comportamientos violentos tanto hacia sí mismo como hacia otros. Las consecuencias respecto a las parejas son, por ejemplo, que el hombre con esta noción tóxica de la masculinidad intente constantemente imponerse y controlar a la otra persona para reafirmar lo que él concibe como virilidad.
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Esto es parte de lo que comúnmente se conoce como “deconstrucción”. Se le llama así pues es un proceso que supone desaprender muchas cosas para construir una nueva forma de concebirse como hombre: un hombre que puede llorar, mostrarse débil, que puede querer casarse y tener la boda de sus sueños, que puede ser el que ame decorar el hogar, que disfrute cocinar, que no necesite ser a fuerza el proveedor y el dominante… y que sepa que nada de lo anterior lo hace “menos hombre” o “menos viril”.
Obviamente, no es tan fácil como se dice. Lo primero debería ser abordarlo desde la educación, o sea, educar a niños y niñas sin estereotipos de género y sin ideas binarias de los que es ser hombre y ser mujer; pero ya como adultos, nuestro mejor consejo es que leas al respecto, que te informes con mente abierta para hacerte consciente de tus actitudes y, si te quieres comprometer al 100 con tu deconstrucción, que tomes terapia para conocerte mejor y aprender a modificar patrones aprendidos.
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