A cada lado de tu vestíbulo vaginal, o sea de la entrada a tu vagina tienes un par de glándulas que se encargan de lubricar a la gran máquina del poder, a toda tu vulva: recuerda que lo que ves por fuera es tu vulva, no tu vagina. La vulva está compuesta por los labios mayores, que recubren al clítoris, del cual nacen los labios menores; debajo de éste está tu orificio uretral (por donde haces pis) y más abajo la entrada de tu vagina. Y desde esos laterales nace tu lubricación; desde las glándulas de Bartolino.
La cantidad y viscosidad de esa lubricación depende no sólo de que te excites, cambia constantemente de acuerdo con tu ciclo menstrual; o sea los 28 días, no confundir con los días menstruales o de sangrado, los cuales son una cuarta o tercera parte de ese ciclo menstrual. Bien, pues cuando, por ejemplo, estás ovulando, tu lubricación aumenta y el moco cervical (que surge desde el útero) se hace más elástico y abundante, con el fin de “sujetar” mejor los espermatozoides que pudieran llegar; este es el momento en que somos más fértiles. Ya sabes, la cosa está facultada para promover la continuación de la especie.
Lo que es un hecho es que la vagina debe mantenerse húmeda, de no estarlo se desbalancea la flora vaginal; o sea, las bacterias buenas que ahí viven se desequilibran y pueden proliferar bacterias malas o crearse hongos y otros microorganismos, generando lo que comúnmente llamamos infecciones vaginales, que no son más que desbalances de esa flora. Y aunque no haya molestias, puedes detectar cierto olor penetrante y, claro, sentir esa sequedad.
La cosa es que tu vulva también puede secarse justo como le sucede a tu boca o labios y comenzar a agrietarse y generar pequeñas laceraciones o cortaditas. Hasta ese punto puede llegar la falta de lubricación. Además, al ser una zona donde hay muchas bacterias, contactar fácilmente con pipí (líquido que, además, al entrar en contacto con esas laceraciones hará que te arda) y claro, con bacterias fecales – pues apenas a unos centímetros está el ano -, la cosa puede terminar en cuadros complejos.
El dolor por falta de lubricación es infinito. Hay mujeres que han vivido con la idea de que el sexo duele porque nunca han estado bien lubricadas, ya sea porque no hubo un trabajo previo (foreplay o faje) que les permitiera lubricar lo suficiente y su –‘muy solidaria’- pareja sólo llega y las penetra sin más, o porque de verdad sus glándulas no lubrican lo suficiente.
Sobre la falta de lubricación, ojo, a pesar de que haya una mega excitación y juegos previos que permitan que esa humedad se active, hay mucho que checar. Puede ser algo externo y simple como deshidratación, estrés, uso de antibióticos, anticonceptivos, antihistamínicos o algunos fármacos para tratar condiciones emocionales o psiquiátricas; pero también se liga con la diabetes o desórdenes endocrinológicos. Y, claro, con la edad. Al producir menos estrógenos –a partir de los 35 años- ya no tenemos el mismo poder de lubricación.
Por eso es súper importante que lo comentes con tu ginecólogo para descartar causas. Ahora, si normalmente lubricas lo suficiente y esto sólo te sucede de vez en cuando, si estás a punto de un encuentro delicioso y sientes que la humedad parece haberse ido de vacaciones, apóyate con un buen lubricante a base de agua y besa, sí, besa tanto como puedas. Haz algunas contracciones o ejercicios de Kegel y pídele a tu pareja que introduzca un par de dedos –suavemente, que recuerde que estás seca- y presione ligeramente hacia abajo, hacia el perineo y acaricie la entrada de la vagina para promover que las glándulas de Bartolino se activen.
Eso sí, quítate esa idea de que tiene que doler, o que no pasa nada si te aguantas. Sí pasa, precisamente esas cortaditas o laceraciones invisibles de las que platicamos se pueden recrudecer o crear por el roce con el pene y crear un cuadro infeccioso. Sin olvidar, obvio, que al tener esas heridillas abiertas estás absolutamente proclive a pescar de manera más fácil cualquier infección de transmisión sexual.
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