La pansexualidad no es nada más un “quiero con todos”. Checa los mitos y realidades al respecto
En este mundo de etiquetas, especialmente en todo lo relacionado con lo sexual, necesitamos denominaciones que nos permitan comprender todo lo que salga de lo tradicional o lo socialmente aceptado; la pansexualidad se encuentra – como toda orientación no heterosexual – con un millón de mitos alrededor, e incluso con debates respecto a su denominación. Comprendamos de qué va.
Un pansexual es una persona que se orienta erótica y/o emocionalmente hacia personas; así, sin distinción de género ni orientación sexual. Muchos los confunden con los bisexuales pero no es lo mismo. ¿En qué se diferencian? Para entenderlo, resumamos rápidamente el tema de la orientación sexual.
Como ya lo hemos repetido muchas veces, la orientación sexual es, no se elige: nace con nosotros y la descubrimos. Ésta tiene dos componentes: el erótico-sexual y el afectivo-emocional; es decir, hacia qué género nos orientamos en cuanto a deseo sexual y con quien además podríamos entablar una relación emocional, enamoramiento, eugamia y amor. No todo está en lo instintivo; somos un universo de complejidades y los elementos para emparejarnos son múltiples.
Cuando hablamos de orientaciones, generalmente nos enfocamos en las tres ‘principales’:
Ahora, entre las orientaciones que se mencionan en menor medida, sobre todo a nivel social, están la asexualidad y la pansexualidad. Por supuesto, como vivimos –repito- en un mundo de etiquetas, hay muchas otras y quizás surjan más por denominar, precisamente por el universo de complejidades que representan nuestras sexualidades y procesos cognitivo-emocionales.
¿No sería más fácil decir que sencillamente somos seres sexuales? ¿Para qué la nomenclatura? Pero en ese andar, sigamos con su explicación.
La asexualidad, aunque en realidad es una no-orientación, se reconoce como una ausencia absoluta o elevada de interés o deseo de tener un vínculo sexual con otra persona (no determinada necesariamente por el género), pero sí puede haber un interés emocional-afectivo, un deseo romántico.
Por ejemplo, una mujer asexual no tiene interés en tener relaciones sexuales en ningún momento de su vida y nunca experimentó dicho placer, mas no por ello hay un trastorno del deseo, endocrino-hormonal o emocional que perseguir; es decir, sencillamente en su mapa no existe la pulsión ni el interés por excitarse y contactar eróticamente. Pero, esa misma mujer pudiera –aunque no es regla- querer una relación romántica, donde hay besos, palabras, convivencia de pareja con otra mujer o con otro hombre. Es por ello que el género no es determinante.
Hablando ahora de pansexualidad, la historia es otra. En este caso hay tanto orientación sexual como afectiva (o una de las dos) hacia personas de manera indistinta. Es decir, un pansexual puede orientarse hacia un hombre o una mujer, ya sea heterosexual, homosexual, lesbiana o bisexual.
Ejemplifiquemos para hacerlo más claro: un hombre bisexual al orientarse hacia ambos sexos-géneros, podrá entablar relaciones con hombres ya sean bisexuales o gays y con mujeres, pero rara vez lo hará con una lesbiana. Tal vez sí con una mujer bisexual pero no con una que se oriente exclusivamente hacia mujeres ni con un hombre heterosexual exclusivo, obviamente.
Entonces, a diferencia del bi, un o una pansexual sí puede orientarse hacia gays, lesbianas, bisexuales, heteros: hombres o mujeres. Punto. Así de… ¿simple?
En resumen – y esto es muy importante – un o una pansexual puede construir relaciones profundas, de largo plazo y compromisos afectivos. Para ellos, la esencia de la persona constituye la base de su orientación, y no por ello van por la vida acostándose con lo que les pongan enfrente.
¿Cómo eligen ellos a una pareja? Como lo hacemos todos, sin importar nuestra orientación. A través de una serie de transacciones, nexos, vivencias, enamoramiento, deseos, impulsos y expresiones de su sexualidad.
Todos somos un complejísimo universo de expresiones sexuales, nuestros expresiogramas no se limitan por las etiquetas o las nomenclaturas de las sociedades científicas; vamos descubriendo nuestras multidimensiones, mismas que no deben ser patologizadas por el hecho de salir de lo tradicional. Y justamente la magia de emparejarnos está en encontrar un expresiograma compatible con el nuestro, cuyas expresiones comportamentales – donde la orientación es sólo un element – puedan coincidir con las nuestras.
Porque si algo está comprobado a través de nuestras conductas sexuales (que sí implican una elección), es que los seres humanos no tenemos relaciones sexuales con el fin único ni último de procrear. Así que, sin más, ¡qué viva el placer!
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