De pocas enfermedades se habla como del SIDA, pero ¿qué tanto es verdad y qué tanto son prejuicios o invenciones?
Ya han pasado 35 años desde que los primeros casos de SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) fueron identificados en Estados Unidos y 32 desde que se descubrió el virus causante de la enfermedad, el VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana). Sin embargo, a pesar de los avances médicos y de la información disponible, el tema sigue siendo un tabú y, como tal, continúa lleno de mitos, desinformación y estigmas.
Los mitos de antaño – los de los 80 y 90 – han ido perdiendo fuerza: ya pocos creen que el SIDA es exclusivo de la comunidad homosexual, o que se contagia por comer con la misma cuchara, o que un mosquito te puede transmitir el VIH. El miedo a la enfermedad también ha disminuido: atrás quedó la paranoia noventera de las jeringas con sangre infectada que te picaban en el metro o los antros, atrás también la idea del SIDA como la peor y más terrible enfermedad de todos los tiempos.
Pero lo anterior no significa que nos manejemos de forma completamente racional y documentada cuando hablamos del SIDA; al contrario, seguimos creyendo “información” incorrecta, no nos preocupamos por acudir con especialistas y, lo peor de todo, fomentamos y perpetuamos la discriminación hacia las personas seropositivas. Hemos derribado viejos mitos, pero nos hemos creado otros; a continuación te presentamos algunas de las ideas falsas más difundidas:
FALSO: Puesto que el SIDA es una enfermedad que, en general, no presenta síntomas, no hay manera de “notar” a simple vista si alguien la tiene o no.
Este mito puede tener su origen en los efectos secundarios de los medicamentos antirretrovirales: en los 80 y 90, estos tratamientos provocaban, efectivamente, pérdida de grasa corporal, anemia, pérdida de cabello, entre otros; de ahí la imagen del enfermo sumamente delgado y desmejorado (como en las últimas fotografías de Freddie Mercury). Pero esto ha cambiado con los avances médicos y, hoy en día, una persona con SIDA puede lucir como cualquiera de nosotros hasta su último día.
FALSO: Estos fármacos han evolucionado muchísimo y actualmente provocan efectos secundarios muy leves y por sólo unas cuantas semanas.
Como en el punto anterior, hace más de 20 años el tratamiento antirretroviral ocasionaba efectos muy desagradables: desde diarreas y vómitos constantes, pérdida del cabello, problemas cutáneos, hasta insomnio y alucinaciones. Esto ya no es así, actualmente los efectos secundarios son mucho menos graves y desaparecen tras dos o tres semanas (en lo que el organismo se adapta); además, hay muchas más opciones, por lo que si un fármaco te cae mal, tu médico puede cambiarlo.
FALSO: El VIH es el virus que provoca el SIDA, una persona con el virus en su organismo no forzosamente desarrolla la enfermedad.
El Virus de Inmunodeficiencia Humana debilita el sistema inmunológico del organismo, por lo que éste se vuelve más frágil y propenso a “pescar” cualquier enfermedad oportunista. El SIDA es la primera y principal enfermedad que ataca al organismo cuando éste ya adquirió el virus; sin embargo, existen casos en que el virus es detectado muy a tiempo y los medicamentos impiden que se desarrolle el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, de ahí la importancia del diagnóstico temprano, o sea, de que te hagas la famosa prueba ELISA regularmente si eres sexualmente activo.
FALSO: Si la madre recibe el tratamiento antirretroviral adecuado, el riesgo de contagio al producto es menor al 1%.
La transmisión vertical del virus es la que se da de madre a hijo a través del embarazo, el parto y/o la lactancia. Según cifras de la OMS (Organización Mundial de la Salud), si la madre no sabe que tiene el virus o no recibe tratamiento, las posibilidades de que el hijo lo adquiera van del 15% al 45%; pero si se somete al tratamiento adecuado, la posibilidad se reduce a menos del 1%.
FALSO: Si lo detectas a tiempo y te sometes al tratamiento antirretroviral, puedes vivir muchísimos años, como cualquier persona.
Este es quizá el mito más común y más peligroso, ya que por el miedo a esta idea fatalista de “me voy a morir”, muchas personas no se atreven siquiera a realizarse la prueba. Tienes que tener claro que el SIDA ya no se considera una enfermedad mortal, sino una enfermedad crónica; esta pequeña diferencia de léxico debería darnos tranquilidad mental, pues implica que, aunque no existe una cura, se puede controlar y puedes vivir tantos años como una persona seronegativa.
En este sentido, el SIDA sería como la diabetes, una condición incurable pero 100% controlable si se siguen todas las indicaciones médicas. ¿A poco morimos de miedo cuando vamos a realizarnos una química sanguínea para conocer nuestros niveles de azúcar? Pero sí morimos de miedo con la sola idea de hacernos la prueba para detectar el VIH. ¿Cuál es la diferencia? La carga moral y el estigma que implica la palabra SIDA.
Como dijimos al inicio, ya pasó la época de la ignorancia absoluta y los mitos generados por el desconocimiento; ahora, en nuestra época, nos toca luchar a favor de la detección temprana y del tratamiento, pero sobre todas las cosas, nos toca luchar contra el estigma y la discriminación y, a este respecto, todavía nos falta mucho camino por recorrer.
¡Haz conciencia, chécate y trátate!
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