En todo aquello que toque al ser humano y a sus costumbres, podemos afirmar que lo que hoy es considerado “normal” no siempre lo fue, y viceversa: lo que hoy se considera “prohibido” o estigmatizado, pudo haber sido natural en otra época. Cuando hablamos de sexo, esto es una verdad incuestionable; por eso haremos un breve recorrido por la historia de algunas prácticas que hoy consideramos tabú o, incluso, francas perversiones.
La endogamia (endo: dentro; gamos: matrimonio) hace referencia al matrimonio o unión sexual-reproductiva entre miembros de la misma familia o casta. Es quizá una de las prácticas peor vistas en la actualidad, por un lado por la moral judeocristiana que nos rige y, por otro, debido a las investigaciones científicas que han comprobado las consecuencias (enfermedades, malformaciones) de tener hijos con un familiar.
Sin embargo, en otras épocas esto no solo era sumamente común, sino que además era deseable. ¿Por qué? Porque tanto el matrimonio como el sexo eran vistos como meros contratos cuyo objetivo principal era conservar la pureza del linaje familiar; por supuesto, la única manera de asegurar esta “pureza de sangre” era evitando las relaciones con miembros de otras familias, clases sociales y/o religiones.
Así pues, en sociedades tan disímbolas como los antiguos egipcios, algunos grupos muy herméticos de judíos, los árabes o los reyes europeos desde el Renacimiento hasta la época victoriana, se practicaba la endogamia con absoluta naturalidad; lo que hoy consideramos perversión o, cuando menos algo inaceptable, era la cosa más usual en muchísimas sociedades a lo largo de la historia.
Hoy las consideramos como una opción más dentro del abanico de opciones para explorar nuestra sexualidad, pero antiguamente las orgías cumplían funciones rituales y liberadoras de energía. Los griegos organizaban orgías en honor a sus deidades y las veían como fiestas sagradas que, además de llevar a sus participantes a estados de catarsis (purificación ritual), satisfacían a sus dioses, principalmente a Dionisio.
En la Roma antigua, estas fiestas perdieron su valor ritual y se transformaron prácticamente en símbolos del poder de un imperio y de la crueldad del mismo. Son muchos los testimonios históricos que indican que las orgías romanas no solo estaban llenas de lujuria, sino también de crueldad y abuso de poder (características análogas de un imperio narcisista); escenas dignas del imaginario literario del Marqués de Sade.
En Babilonia, más de dos mil años antes de Cristo, lo que hoy conocemos como prostitución (favores sexuales a cambio de recompensa económica) era una práctica recurrente pues toda mujer debía acudir, al menos una vez en su vida, al santuario de la diosa Mylitta a tener sexo con un extraño a cambio de un pago determinado; esto representaba la hospitalidad de la mujer y era bien visto por toda la comunidad.
En Egipto, aunque la prostitución era considerada una práctica impura, al parecer el sexo oral escapaba a esta consideración. Existen pruebas de la existencia de ciertas mujeres llamadas felatrices; éstas eran especialistas en felaciones y eran reconocidas por sus labios pintados de rojo intenso, no eran mal vistas ni discriminadas a pesar de que recibían diversos favores a cambio de estas felaciones perfectas.
Por supuesto, no podíamos dejar de mencionar a la que, históricamente, se considera prostituta por antonomasia: la geisha. Estos personajes tan teatrales existen en Japón desde hace muchos años y no son mal vistas pues se consideran mujeres sumamente talentosas en tanto que, además de entretener sexualmente a sus huéspedes, se educan en artes musicales, en teatro y en danza.
Hoy en día, la masturbación pública es considerada una franca perversión que amerita un castigo legal y moral; sin embargo, no siempre fue así. Según la mitología egipcia, el dios creador Atum, tras nacer a partir de una autofelación, se masturbó y de su semen surgieron el resto de los dioses que le ayudarían a crear el universo; en su honor, los faraones egipcios realizaban una ceremonia anual en la que se masturbaban frente al Nilo y echaban su semen a la corriente, posteriormente el resto de los asistentes lo imitaban.
Algunas sacerdotisas griegas y romanas realizaban rituales religiosos en los cuales masturbaban a los asistentes, por lo que eran conocidas como “las manos de dios”. Asimismo, el hinduismo nunca estigmatizó la masturbación pública; muestra de ello son los relieves de los templos eróticos de Khajuraho en la India, en donde podemos ver a muchos personajes autoerotizándose enfrente de otros.
Hoy en día, se ha puesto de moda una práctica sexual conocida como Chemsex, cuyo principio es tener relaciones sexuales bajo la influencia de drogas psicoactivas (LSD, peyote, mescalina, etc.). Por supuesto, en la actualidad, esto se torna sumamente peligroso, sobre todo por la cantidad de enfermedades de transmisión sexual que existen; pero para los pueblos indígenas americanos esto se veía desde otra perspectiva.
La ingesta de sustancias psicoactivas en la América precolombina tenía un sentido ritual cuyo objetivo apuntaba al descubrimiento de nuevas dimensiones de la consciencia. En este sentido, era común que se realizaran ceremonias en las que se practicaba el sexo bajo la influencia de flora alucinógena como el peyote, los hongos o la ayahuasca; con esto se pretendía alcanzar nuevos niveles de consciencia sensorial y de fusión con la naturaleza.
Como ves, los usos y costumbres de una sociedad determinan por completo lo que ésta considera “normal” o “anormal”; es por eso que en Let’s Kinky no nos gusta usar esos adjetivos para calificar cierta práctica o ejercicio, porque el primer paso para comprender es contextualizar, y el segundo, no juzgar. Después de eso, entonces sí, ¿qué opinas de estas prácticas sexuales a la luz de información que quizá no conocías?
¡Dale sentido a tus sentidos!
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