Todos somos el Patito Feo

Un cuento de niños, que no es sólo para niños, nos da una magnífica lección de vida

13 noviembre, 2016 3 mins de lectura
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Seguramente has oído, en algún momento de tu vida, la historia del Patito Feo. Ese al que todos (incluso su propia familia) insultaban y maltrataban por ser tan feo; ese que huyó tristemente de su casa por saberse tan feo y diferente a los demás; ese que, después de todo tipo de ofensas y humillaciones, se vio un día a sí mismo reflejado en el lago y reconoció en la imagen a un bello y majestuoso cisne.

Pues este simbólico y famosísimo cuento fue publicado por primera vez el 11 de noviembre de hace 173 años por el escritor danés Hans Christian Andersen (autor también de La Sirenita y El soldadito de plomo). Hoy, casi dos siglos después, sigue siendo un clásico que, como muchos cuentos que fueron originalmente publicados para un público infantil, ofrece un mensaje que dista de ser exclusivo para niños.

El Patito Feo tiene un sentido profundo que, como todos los clásicos de la literatura, rebasa tiempo y fronteras: habla de un aspecto de la condición humana que a todos (sí, a todos) nos ha provocado angustia alguna vez en la vida: el conflicto de sabernos diferentes a los demás – en cualquier aspecto – y la inevitable sensación de no pertenencia que le acompaña.

Piensa en tu adolescencia, ¿recuerdas algún momento en que te hayan rechazado o excluido por no “encajar”? ¿Alguna vez te insultaron o vieron feo por ser raro y diferente? ¿En alguna ocasión sentiste pena por lo que eras e intentaste actuar como los demás para ser parte del grupo? Por naturaleza humana, tendemos a formar grupos de pertenencia, tendemos a excluir a los que no cumplen con las características comunes a tal grupo, tendemos a rechazar lo diferente.

Ante la naturaleza humana nada se puede hacer, es cierto; sin embargo, la esperanza está puesta en que, como seres racionales que somos, aprendamos a identificar qué de esa naturaleza humana es sano y qué no, qué me hace mejor ser humano y qué no; eso – que muchos llaman madurez – es lo que le ocurre al Patito Feo cuando se mira en el lago y reconoce sus verdaderos rasgos, los de cisne.

Todos hemos sido el Patito Feo del corral en algún momento; sigamos pues la metáfora de este cuento y descubramos nuestro verdadero rostro. El Patito Feo no era feo, sólo estaba en el lugar equivocado y con el clan incorrecto; los demás patitos juzgaban su “belleza” de acuerdo a lo que ellos concebían como bello. Cuestión de juicios y percepciones pero, al final, todos tenemos el potencial de vernos y sabernos como los cisnes del cuento: eso, para nosotros, es Ser Kinky.

¡Hazte Kinky!

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