A 115 años del nacimiento del genio de la animación, Walter Disney, reflexionamos sobre el amor, la felicidad y los príncipes azules.
“Y vivieron felices por siempre”, “soñaba con encontrar a su príncipe azul” “despertaría con el beso del verdadero amor”. ¿Te suenan estas frases? Creemos que no hay persona que no las haya escuchado, aún si nunca viste las películas de las que salieron, seguro las has leído u oído. Y es que, en gran medida, Disney definió la niñez de tres generaciones: los Baby Boomers (nacidos entre 1945 y 1964), los generación X (1965-1981) y los Millennials (1982-1994).
Y cuando decimos que definió la niñez, nos quedamos cortos. Las películas de Disney no sólo nos entretuvieron en esos momentos en que nuestros padres ponían el VHS de La Cenicienta o de Pinocho, no sólo motivaron nuestros mejores y más sentidos llantos con Bambi o El Rey León; también definieron nuestras aspiraciones y nos adoctrinaron – directa o indirectamente – respecto al significado del amor y a cómo éste “debería ser”.
No es que queramos echarle la culpa al pobre Disney de cientos de años de sexismo y de concepciones romanticoides del amor; pero, lo que es innegable es que muchas de sus películas perpetuaron esas ideas erróneas sobre las relaciones amorosas. ¿Cómo explicarle a una chica que creció viendo La Sirenita (o cualquiera de princesas) que nada en la vida es “para siempre”, que el amor se transforma, muta y, a veces, desaparece; que los príncipes azules no existen simplemente porque somos seres falibles y nadie es perfecto?
¿Cómo pedirle a esa misma chica que no caiga en el materialismo descontrolado, cómo hacerle entender que para ser feliz no necesita vivir en un palacio (léase, casa en Los Hamptons), rodeada de ratoncitos parlanchines que hagan el aseo (léase, criados) y casada con el príncipe más hermoso del reino (léase, Brad Pitt)? ¿Cómo decirle que si lo que espera de la vida es todo lo anterior, es muy probable que nada le parezca lo suficientemente bueno y que termine decepcionada y frustrada?
Ahora veámoslo desde el otro lado de la moneda, ¿cómo enseñarle a un adolescente que creció viendo estas cintas que para ser amado no tiene que ser rico, guapo y andar a caballo por los bosques, que no recae sobre él toda la responsabilidad de la relación, que su “princesa” no está en una cama esperando su beso para volver a la vida? Quizá suene exagerado, pero son justamente esas exigencias las que nos impiden relacionarnos de manera sana y realista con el otro.
Claro, hay que reconocer que a partir de los noventas, la firma tuvo la voluntad de adaptarse a la evolución de la sociedad y empezó a sacar filmes que invertían los roles de género (Mulán, la heroína), que no giraban en torno al amor de pareja (Toy Story) y que intentaban complejizar la condición humana (Buscando a Nemo); sin embargo, algunos rastros de la vieja escuela de animación aún perduran.
¿Qué hacer? Por supuesto, no se trata de estigmatizar los clásicos de Disney y prohibir su venta, sería ridículo; además estas obras también tienen méritos y enseñanzas. Se trata de hablar con los pequeños que las ven y explicarles la diferencia entre realidad y ficción; el amor de pareja es uno de los procesos más complicados de la vida y no se puede reducir a un “amor de la vida” o a un “felices por siempre”.
Ahora que ya sabes que los “para siempre” no son como en las películas, ocúpate en mantener el amor vivo en tu relación, aquí te decimos cómo: Erotismo, clave del matrimonio