Vivimos en la época de la apariencia, vivimos en el reinado del físico. Lo que nos venden, lo que compramos, lo que deseamos, lo que rechazamos…
Vivimos en la época de la apariencia, vivimos en el reinado del físico. Lo que nos venden, lo que compramos, lo que deseamos, lo que rechazamos… todo tiene que ver con el cómo nos vemos; pero nadie lo dice explícitamente, al contrario, cuando hablamos del aspecto físico, es común oír o hasta decir frases tan trilladas como: “no hay que dejarse engañar por las apariencias”, “el exterior es sólo una envoltura, no es lo principal”, “lo que importa es lo de adentro”.
Y cuando escuchamos ese tipo de frases, generalmente las aplicamos a nosotros mismos en el sentido más inmediato: “okey, no importa si estoy flaca o gorda, si estoy calvo o no, si soy alto o chaparro”. Y está bien, pero pocas veces pensamos que, sea como sea, ninguna de esas condiciones nos quita derechos civiles; puede que me hagan bullying o que me sienta mal por tener sobrepeso, pero eso no me quita mi derecho a votar, a salir a la calle, a expresarme.
Pocas veces pensamos en la posibilidad – que parece muy lejana pero no lo es – de que una simple característica física pueda quitarle a alguien absolutamente todo, incluso su condición de persona. Esta condición fue por mucho tiempo (y tristemente sigue siendo) el color de piel: los negros han sido considerados, en diferentes momentos de la historia, desde animales hasta encarnaciones del diablo, todo por el color de su tez.
Hace apenas 53 años se pronunciaba en Estados Unidos uno de los discursos más potentes de la historia, un discurso que tenía por único objetivo luchar contra cientos de años de prejuicios e injusticias, un discurso que buscaba que una característica física no fuera, en ningún caso, determinante de las condiciones de vida de una persona. Estamos hablando, por supuesto, de I Have a Dream, de Martin Luther King.
En su honor y a manera de manifiesto de vida, en Let’s Kinky les compartimos un formidable fragmento de aquel inolvidable alegato:
“Tengo un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.
Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación.
Tengo un sueño: que un día allá abajo en Alabama, con sus racistas despiadados, con su gobernador que tiene los labios goteando con palabras de interposición y anulación, que un día, justo allí en Alabama niños negros y niñas negras podrán darse la mano con niños blancos y niñas blancas, como hermanas y hermanos…
Y cuando esto ocurra, y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres blancos y hombres negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres!”
¡Atrévete a soñar y Hazte Kinky!
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