Pocos temas causan tantas preguntas, comentarios y reflexiones como el que hoy nos ocupa: la felicidad. No nos dejarás mentir; miles de canciones, libros, tratados y películas han hablado (y seguirán hablando) de ella: ¿qué es? ¿Cómo conseguirla? ¿Dónde encontrarla? Y más allá todavía: ¿realmente existe y es alcanzable, o es sólo un concepto teórico que ha servido a músicos, poetas y locos para hacerse chaquetas mentales?
Quizá la controversia que suscita el término “felicidad” sea tan grande como la que genera el concepto de amor: hay de todo, desde quienes la utilizan en exceso con la finalidad de vender libros de autoayuda o de ampliar las filas del club de los optimistas, hasta los pseudo-filósofos pesimistas que afirman tajantemente que la felicidad no existe y que quien la persigue es como el caballo que va tras su inalcanzable zanahoria.
Sin meternos en demasiados vericuetos filosóficos, creemos que una de las nociones más acertadas a este respecto es la del famoso Aristóteles. Para él, la finalidad última del ser humano es llegar a la eudaimonia, término griego traducido habitualmente como felicidad pero cuya mejor interpretación sería más bien plenitud. Entonces, según el filósofo, nuestro objetivo debería ser convertirnos en seres plenos, no felices.
¿Pero cuál sería la diferencia entre felicidad y plenitud? En términos prácticos, cuando mencionamos la palabra felicidad inevitablemente pensamos en un estado de contento y de entusiasmo que excluye por completo las emociones “negativas” o de tristeza; así pues, si vemos la felicidad como alegría y placer constantes, quizá tengan razón los pesimistas al decir que ésta no existe: no podemos aspirar a un estado de júbilo perpetuo.
Por su parte, la palabra plenitud no excluye las emociones percibidas como negativas. Pleno (del latín plenus: lleno) significa total, completo; en este sentido, un ser humano sólo alcanzará su plenitud (su totalidad) con todo y sus tristezas, dolores y melancolías. Esto suena mucho más realista, ¿cierto? No se trata entonces de evitar o rechazar nuestras tristezas o fracasos; sino de mantenernos fieles a nosotros mismos: a nuestros ideales, sueños y deseos, a nuestra mente y a nuestro espíritu.
Cambiemos entonces nuestra concepción de felicidad, dejemos de pretender que “todo sea maravilloso y perfecto en nuestra vida” y comencemos a aspirar a ser personas completas, con altibajos por supuesto, pero siempre persiguiendo lo que amamos, lo que nos hace únicos, lo que nos hace Kinky. ¡Que pases un Día de la Felicidad más pleno que nunca!
¡Hazte Kinky!
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