Seguir dudando de la validez del “sexo sin amor” sería como poner en tela de juicio al amor sin sexo, pero, claro, como éste último no tiene un contexto tan satanizado se ve desde un cristal muy distinto. Se dice “esa pareja ya no tiene sexo, pero se ama. Están en una etapa distinta, lo importante es que ahí hay amor”. Y se le supone una superioridad indiscutible por encima del sexo falto de vínculo emocional. Sin embargo, ambas expresiones son igualmente válidas y ninguna posee una elevación de la ética, la evolución o la inteligencia emocional. Aunque siempre hay matices. Y a eso vamos.
Hemos insertado en nuestros cables hasta el cansancio – a nivel cultural, sociológico, psicológico – que el sexo y el amor deben coexistir. Y que el primero sólo encuentra una validación en la presencia del otro; de no ser así, cae en la temida manifestación de lo carnal, lo oscuro y el vil instinto animal; sin embargo, ambos constructos son dos procesos fisiológicos y neurobiológicos distintos. Pero, aún así, los confundimos o nos obsesionamos (para calmar la culpa y el juicio social) con mezclarlos, unificarlos. Hay una distancia amplia entre desear, sentirse atraído y hasta químicamente enamorado de alguien, y amarle. Estar enamorado NO es lo mismo que amar.
El ‘amor real’, la eugamia, vendrá -probablemente- tras un proceso de transacciones emocionales, sociales, culturales, económicas (si, no es tan rosa como queremos creernos), de estilo de vida, de afinidades, gustos, mapas, estrategias; entre ellas –obviamente- las erótico-sexuales.
Entonces, elegir crear una dinámica o estilo de vida con una o más personas con las que se tiene exclusivamente contacto sexual – un ‘amante’, un ‘compañero de colchón’ – es un absoluto derecho y tiene la misma validez que querer crear un noviazgo con todas sus implicaciones de exclusividades, lealtades y monogamia.
Eso, que no es necesariamente síntoma de miedo al compromiso, de incapacidad para crear relaciones con obligaciones o responsabilidades o inmadurez, tampoco falta de inteligencia emocional. Simplemente son personas que reconocen que viven una etapa (en ocasiones bastante extensa) en la que no tienen un interés en estructurar una relación con lazos y no hay carencia de sentimientos, pero sí de dinámicas que les vinculen.
No es necesariamente una cuestión exclusiva de géneros ni de preferencias genéricas/sexuales. Se cree que los hombres son más tendenciosos a caer en ello y, sí, se puede decir que tienen ‘facilidades’ culturales y fisiológicas; pero no es (ya sacúdanse los mitos) que tengan mayor necesidad de variedad, o posean mayores deseos o impulsos sexuales, sino que sus hemisferios cerebrales, al tener mayor capacidad para ser usados de manera separada, no entrecruzan información mezclando los contextos del deseo con los sentimientos románticos. Ellos tampoco producen tanta oxitocina (neurohormona que genera apego emocional) como nosotras; pero eso no significa que estén exentos de caer enamorados o –con el tiempo- amar a alguien con quien sólo tenían una dinámica sexual.
Así, también nosotras somos perfectamente capaces de reconocer que un hombre es un excelente compañero sexual pero dista muchísimo de ser la persona con la que podríamos mantener una relación del día a día, lo que concebimos o sabemos que merecemos como pareja ‘estable’.
Y aquellos que tienen esas prácticas y conductas no ortodoxas suelen tener reglas muy claras como: no andarse con cariñitos, evitar contarse las vidas o verse fuera del sitio en donde normalmente tienen relaciones sexuales y no integrarse a los círculos del otro; lo anterior impide cualquier creación de vínculo. Y no por ello están deslindándose por completo del bienestar de esa persona. Sí, les importa, pero no se permiten –por el bien común- romper el espacio de intimidad que han construido a través de ingredientes meramente sexuales.
Ahora, como en todo, debe haber elementos que le den, no sólo simpleza de ejecución, sino validez a estas dinámicas: que cumpla con la regla del consenso y la protección física y emocional de las dos partes. Porque en el momento en el que uno puede salir con el corazón o el ego hecho papilla, ya la cosa se empezó a torcer. Por lo que checa estas reglas:
Una relación puramente sexual merece –como cualquier noviazgo o matrimonio- tener un cierre digno para ambas partes, con armonía, agradecimiento por todo lo que descubrimos en nosotros mismos, lo que exploramos y las lecciones integradas. Sabiendo que una vez que dejamos de ser espejo (sexual-emocional) del otro, el aprendizaje terminó y podemos dejarle ir. Aunque a veces cueste igual que dejar ir una relación donde sí hubo vínculo emocional. Al final, ambos compartieron su sexualidad, sus cuerpos y vulnerabilidades. Se dejaron entrar en el espacio del otro y eso siempre merece –y sin excepción- agradecer.