La palabra en sí dice poco: literalmente, “gaslight” significa “luz de gas”; pero el término se popularizó gracias a una película dirigida por George Cukor en 1944: se llamó, justamente, Gaslight, y es la trama la que llevó a muchos psicólogos a empezar a aplicar este nombre para describir un tipo de violencia que prácticamente cae en la tortura psicológica y que, desafortunadamente, cada vez se da más en las relaciones.
En la película, una pareja se muda a una casa vieja en Londres; en cuanto llegan, Paula (interpretada por la hermosa Ingrid Bergman) comienza a ver cosas extrañas: las luces de la casa se prenden, titilan y se apagan sin aparente motivo. Cuando se lo comenta a su esposo, Gregory, éste le asegura que es imposible y que él no ha visto nada… hasta que Paula comienza a dudar de su cordura y a creer que se está volviendo loca.
Lo que Paula ni se imagina es que es el mismo Gregory quien está jugando con las luces y, por supuesto, con su cabeza. A partir de este argumento fílmico, se ha establecido el gaslighting como un tipo de violencia en la que el victimario tiene por objetivo hacer dudar a la víctima de lo que ve, escucha, piensa o hace. ¿Cómo? A través de mentiras sutiles pero constantes que llevan al otro a la incertidumbre total y a creer que está loco.
Lo terrible de esta práctica es, justamente, su sutileza, puesto que no hay violencia física y, la mayoría de las veces, ni siquiera verbal. El abusador es, básicamente, un mentiroso compulsivo y un manipulador, pero sabe hacerlo con delicadeza y poniendo en duda el juicio del otro. A continuación te daremos algunos ejemplos de gaslighting que te ayudarán a identificar si vives (o has vivido) esta situación:
El victimario dice cosas hirientes o actúa de forma agresiva y cuando la víctima le reclama lo que dijo o hizo, niega por completo haberlo hecho; y no solo lo niega, sino que lo hace con un tono amable y cordial, haciendo pensar al otro que “puede que haya exagerado” o “puede que haya malinterpretado el tono”.
El abusador hizo algo incorrecto, una infidelidad o algo parecido, y cuando la pareja le reclama, incluso con pruebas, el otro lo niega rotundamente; la seguridad con que niega la verdad realmente hace dudar a la víctima y ésta comienza incluso a buscar explicaciones alternativas, por más ilógicas que sean, para lo que vio o escuchó.
La víctima dijo o hizo algo y, después, el victimario asegura que nunca lo dijo o hizo. Nuevamente, la convicción con la que niega algo de lo que la víctima estaba completamente segura, provoca que ésta recele incluso de sus acciones y de lo que consideraba real.
El que utiliza el gaslighting desea que su pareja crea todo lo que dice como una verdad incuestionable, por lo que suele poner a la víctima en contra de su gente de confianza: le dice: “Tu hermana dijo esto de ti”, o “escuché a tu amigo decir que eres un imbécil”; todo con el objetivo de que la víctima desconfíe de todo y de todos (principalmente de sí misma) menos del victimario.
Como puedes darte cuenta, el gaslighting es más común de lo que pensamos; tristemente casi todos lo hemos vivido en algún momento, ya sea como víctimas o como victimarios; pero es muy importante identificarlo para ponerle un alto, pues es una de las formas de violencia que más daño pueden hacer en la mente de las personas y que más difícilmente se superan, así que mantente alerta y no lo permitas.
También te podría interesar: 12 señales de que necesitan terapia de pareja