Nada aterra más al ser humano que ‘lo diferente’. La historia nos demuestra que soltar ideas tradicionales suele ser difícil y doloroso. Y esto aplica especialmente cuando se trata de asuntos tan arraigados como las preferencias sexuales y de género. Aquí te daremos algunas claves para manejar este tema, pero lo más importante es que siempre tengas presente que todo proceso requiere de amor, información y crecimiento personal.
Todo padre tiene una serie de expectativas respecto a sus hijos, casi siempre basadas en patrones sociales que etiquetan, que tienen un juicio integrado. Lo cierto es que el factor común es la búsqueda de bienestar. Sí, hipotéticamente todos los padres quieren que sus hijos sean felices y exitosos a nivel personal. Pero vivimos en un mundo en el que, a pesar de que en los últimos 50 años la homosexualidad se ha estudiado a fondo y hoy se ha comprobado, tal como la ley de gravedad, que el ser gay, lesbiana o bisexual es tan natural como ser hetero, seguimos empecinados en marcar diferencias terribles, en tratarles como si requirieran de nuestra aprobación.
La preferencia genérica, también llamada por algunos autores, orientación sexual, no es una elección: nace con nosotros y la vamos descubriendo a lo largo de nuestra vida. Nadie decide ser homosexual, heterosexual, lesbiana o bisexual. Nadie ‘se hace’. Y –muy importante- está en nuestra información genética, no es algo que pueda desarrollarse por aspectos sociales o influencias, ahí está; sencillamente se descubre.
Yo pregunto siempre a las personas heterosexuales a quienes les cuesta comprender la preferencia u orientación de alguien no hetero: “¿Cómo te diste cuenta de que eras heterosexual?”. La gran mayoría siempre responde, “Pues así, lo sabía. Me atraían personas del género opuesto”; o frases como “Pues era obvio”, “No me di cuenta, simplemente pues así soy”.
Bien, pues exactamente igual le sucede a quien se siente atraído por personas de su mismo género. Con la inmensa diferencia del miedo, el terror que sintieron al descubrirlo, porque, claro, vivían insertos en una cultura que desde siempre les hizo saber que no ser heterosexual era deplorable, culposo y digno de rechazo. Y nadie imagina el profundo dolor que hay en ese proceso.
Si aún así no lo puedes comprender, puedes acudir a la ciencia. Hay millones de artículos, libros, estudios e investigaciones en donde encontrarás que tu hijo no está enfermo, ni es un fenómeno genético. Como bien dijeron los padres de la sexología moderna, William Masters y Virginia Johnson, “cuando sepamos la causa de la heterosexualidad, sabremos la de la homosexualidad”.
Por obviedad podrás decir: “La causa de la heterosexualidad es la procreación”. Bien, ese es un pequeño porcentaje del universo multidimensional de la sexualidad en un ser humano. No tenemos contacto sexual o erótico exclusivamente para procrear. Nuestra sexualidad implica muchas más dimensiones; no sólo la biológica. Y no hay un solo proceso de nuestra vida, en términos sociales, económicos, culturales, psicológicos, e infinito, en los que nuestra sexualidad no tenga injerencia.
Sí, aparentemente, a nivel estadístico hay más heterosexuales que homosexuales, lesbianas y bisexuales. Pero esas mismas estadísticas también podrían estar ‘sesgadas’ porque debe haber un enorme número de personas que hasta el día de hoy, tras siglos de rechazo y hasta de exterminio, han decidido mantener su orientación genérica en el clóset. ¿A qué se debe que haya más heterosexuales? No lo sabemos. Pero el hecho de que sean ‘mayoría’ no demerita ni invalida al resto de las orientaciones o preferencias sexo-genéricas.
Bien, comprendo que tú entiendes esto perfecto, pero temes que tu hijo sea rechazado y su felicidad se vea comprometida porque –lo sabemos- hay gente incapaz de romper sus creencias limitantes pese a que les muestres los datos más fehacientes de que están equivocados. No se diga de quienes están además influenciados por la religión o las ideologías extremistas. No obstante, tú debes ser la PRIMERA persona que le enseñe a tu hijo o hija que no tiene NADA de qué avergonzarse. ¡Y tú tampoco! Nada, absolutamente nada de lo que hayas hecho o hubieras podido hacer por él/ella iba a cambiar su preferencia genérica. No eres culpable de ello, tampoco pudiste evitarlo.
Pero tu rechazo, tus comentarios o hasta el destierro, sí podrían lastimar profundamente a tu hijo, y ahí sí tus expectativas de felicidad para él se irán por la borda. No hay rechazo más doloroso que el que nos pueden demostrar nuestros padres. Su desaprobación o aprobación son poderosísimas.
¿Crees que eso te ha lastimado? La orientación de tu hijo no te lastima a ti, sino está sacudiendo tus sistemas de creencias. No te culpo. Es muy probable que tengas implantadas hasta el fondo de tus cables cientos de ideas que te han convencido de que la homosexualidad y el lesbianismo son como la peste. Pero eres un ser humano con increíbles posibilidades de crecer, de ampliar tus conocimientos, tus valores. Piensa, ¿qué es lo que temes?, ¿qué patrones de pensamiento enfrentas?, ¿qué es lo que te ‘espejea’ o reflejas en ese reto?
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Tal vez puedas hacer una enorme lista de todo lo que crees que podría complicarse, o los sueños que anhelabas para tu hijo que no verás cumplidos, pero no olvides que todo ello viene del miedo, de un sistema de creencias obstinado en no integrar.
Gracias por estar ahí para tu hijo/a; por poder sacudirte el heterocentrismo y amarlo/a. No hay una sola diferencia entre él/ella y un heterosexual. No es ni menos valioso, ni menos apto para nada; tampoco es un ser ‘especial’ al cual tenerle compasión. Es tu hijo y tú sabes el maravilloso ser que es. El hecho de que se sienta atraído por personas de su mismo género no cambia nada. Permítele amar y expresar su sexualidad sabiendo que tú puedes compartir su plenitud.
¡Ama, comprende y hazte Kinky!
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